Sobre el camino de la Fe y promesas olvidadas.

Uriel se encontraba en la capilla del gran Castillo Negro. Arrodillado frente al altar orando...y pensando. Debió de ser hace un mes que se había convertido en Caballero de la Orden, y todavía recordaba con exactitud las palabras del que fueron por muchos años su mentor. Recordaba perfectamente el momento en que le entregaron a Arondight, quien sería su compañera desde ese preciso instante. Estaba ciertamente orgulloso de haber logrado convertirse en caballero. Aunque sus obligaciones habían aumentado en algunos aspectos.

Pero no era solo su pasada ceremonia lo que lo hacía pensar. Era un recuerdo aún más antiguo, perdido en algún rincón de su mente. Un recuerdo que se había atrofiado con el estudio, la espada y la Fe. Pero justo ahora volvía con fuerza implacable. Nada ocupaba la mente del joven caballero como aquel asunto. Una carta recibida al poco tiempo de su ascenso lo había mantenido distante de sus hermanos de la Orden incluso cuando aún no la leía. No sabía de quien era el mensaje, ni el propósito de su envío. Pero ya se hacía a la idea. Podía equivocarse claramente. Pero estaba absolutamente convencido del origen del misterioso mensaje.

Volveré algún día como todo un caballero...os lo prometo.. Fue la frase que lo cambió todo y que lo había llevado a estar en la capilla durante esos días. No era nada grave aquel recuerdo. Era algo que lo hizo sonreír más de lo acostumbrado en algún momento. Pero hoy se planteaba la duda de que había pasado con ese hombre y esa mujer que lo criaron durante los primeros diez años de su vida. Ya estaba decido a leer esa carta, fuera lo que fuera. Se dispondría a volver a La Gran Villa si tenía oportunidad. Pero primero debía hablar con sus superiores y, por supuesto, leer esa carta. Así el joven de mirada humilde y familiar se levanto al fin, terminando su rezo. Y sin percatarse de su ambiente, se dispuso a salir a sus aposentos en busca de la carta. Tenía Fe en Aenor que serían buenas noticias.

El caballero de la Orden de Aenor llegó a sus aposentos y tomó su carta, que estaba sobre la mesa, y entes de abrirla miró por última vez su habitación. Era muy humilde y simple, tan solo tenía una cama y un pequeño escritorio, así como una silla bastante incómoda y un baúl. La poca luz que había entraba por una pequeña ventana que había sobre el escritorio y tenía una vela, ya casi agotada, sobre la mesa (para poder leer durante la noche).

Había un pequeño libro de las enseñanzas de la orden, estaba muy desgastado por el uso pero Uriel le tenía cierto cariño pues se lo dieron el primer día que llegó al Castillo Negro y con él aprendió a leer y a escribir.

Era propiedad de la Orden de Aenor pero podía dejarlo en su lugar, la biblioteca, o tomarlo pues tenía permiso de los caballeros de mayor rango. Al abrir la carta vio que había sido escrita por, nada menos, que por el mismísimo Sumo Maestre de la Orden de Aenor(ser Theobold Jorsent) .

Dicha carta decía así:

A ser Uriel Leiktor

Al mi fiel caballero

Me alegra felicitarte por tu ascenso, joven Uriel, pero se que ya anhelas salir en busca de aventuras para servir como es debido a la Orden de nuestro señor Aenor. Tu espera no será aplazada por mucho tiempo y he tenido el cuidado de enviarte de vuelta a tu antigua casa durante tu primera misión para que así puedas reunirte con tu familia.

Cuando llegues a la Gran Villa verás que estará transcurriendo una importante justa en la que participarán muchos jóvenes nobles de todo el Valle. Podrás participar como enviado de la orden si así es tu deseo, se te concederá una bolsa con veinte monedas de bronce y cuatro de plata para tu viaje y los gastos.

Una vez llegues a la urbe deberás buscar a ser Manfred Hessel, lo encontrarás en el templo de Aenor de aquella ciudad y el te informará debidamente de lo que deberás hacer. Por este medio tan solo te diré que deberás partir cuanto antes y que los motivos son muy oscuros dado que al parecer un caballero, enviado para sembrar la discordia en la Gran Villa por parte de algunos nobles del norte, ha sido asesinado y debemos saber que ha ocurrido.

Theobold Jorsent, Sumo Maestre de la Orden de Aenor

Suerte y que Aenor este contigo.

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Llegó a su habitación sin mucho apuro y con la mirada ausente. Y acercándose a la mesa donde dejó la carta se dispuso a abrirla. Pero antes volvió la vista hacia el cuarto. Recorrió con la mirada sus humildes pertenencias. No eran ningún lujo, pero sirvieron al ahora caballero de refugio y hogar dentro de su hogar. Resaltaba sobre su escritorio un libro de enseñanzas de la orden el cual había sido su compañero en las noches de estudio. Acarició la portada del libro una vez más, y volteó otra vez hacia la carta.

El primer sentimiento fue decepción, debido a que el mandatario no era ninguno de sus padres. Pero no duró más de unos segundos, debido a que el mandatario era el Sumo Maestre de la Orden. Ser Uriel leyó rápidamente el mensaje.

Ser Uriel leyó con cuidado y se alegró por una parte, ya que tendría que volver a la Gran Villa y además podría volver a ver a su familia. Por otro lado una profunda determinación inundo su ser. Era la primera misión que le encomendaban y estaba dispuesto a cumplirla.

Decidido, volvió a doblar la carta y la guardo entre sus ropas, por si llegase a necesitarla. Aseguró a Arondight a su cinto y su escudo a su espalda. Tomó su yelmo y se dirigió a buscar el dinero que el Maestre le había concebido para la misión. Luego de haber hecho esto, iría directo al establo a buscar a Zakiel, el caballo que fue entregado hace algunos años y se había transformado en un fiel compañero. Estaba listo para avanzar en su camino de Fe y cumplir las promesas olvidadas por el tiempo.

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El Castillo Negro, como su nombre indicaba, era un baluarte de oscura negra piedra y de gran tamaño. No era el castillo más grande, ni el mas ostentoso pero jamás había caído en manos de ningún enemigo de la Orden y había defendido el paso hacia el más allá durante seis siglosde manera imperturbable- se entiende que el más allá son las tierras al otro lado del Valle- y en aquel lugar sagrado, tan sobrio y solemne, se respiraba un aire de gran espiritualidad. Era imposible no sentir era fuerza, esa energía vital que recorría cada una de las piedras del Castillo y de sus caballeros. Era un lugar sacro, una fortaleza pero, sobretodo, un templo al gran Dios Aenor.

No había grandes despedidas ni alabanzas a los caballeros que llevaban y marchaban, para los caballeros su vida era un constante deber y sacrificio y se sentían orgullosos de ello. Tan solo el maestre de armas y su caballero instructor se despidieron de él, con unos elegantes saludos, para desearle suerte en su primera misión pero, por lo demás, fue tratado como un caballero más, un siervo más de su señor.

El camino hasta la Gran Villa era largo, el camino más corto era, si tenía dinero, cogiendo una barcaza en algún pueblo cerca de Villa Aurelior y de ahí seguir curso abajo hasta llegar a la Gran Villa.La otra opción aconsejable era coger por el Camino Imperial , que era más barato pero mas inseguro pues podría encontrarse con bandidos durante el trayecto.

Le habían dado dinero suficiente para ambas cosas pero podrían surgir gastos imprevistos en la Gran Villa... Ambas opciones tenían sus pros y contras dado que si optaba por ser ahorrador corría el riesgo de morir.

El joven Ser recibió el dinero de sus superiores y fue a buscar a su caballo. Antes de partir recibió la despedida de su mentor y el maestre de armas. No fue una despedida de las que se escuchan en las historias de caballeros, que son alabados y vanagloriados antes siquiera de hacer nada. Fue simple, no necesitaba nada más. Era un siervo del Señor, no una figura pública.

Ya habiendo partido tenía que tomar una decisión. Tomar un barco y pagar un poco de su dinero, o ir por los caminos imperiales a punta de galope. Ciertamente la primera opción era más rápida y segura, la segunda era peligrosa y tomaría un poco más de tiempo. La misión tiene carácter de urgente, pensó. Sería mejor gastar más por ahora y asegurar mi misión.

Se decidió, iría en barco hacia la Gran Villa, y llegaría rápido al lugar. Si al final de su aventura no tenía suficiente para hacerlo otra vez, volvería por el camino. Esperaba esa fuera la decisión correcta. Y por sobre todo, estaba ansioso de volver a ver a su familia. El gran Maestre le había permitido volver allí en su misión. Razón por la cual estaba muy agradecido.

Uriel decidió tomar el camino rápido, le costaría más dinero pero pensó que era más importante llegar rápidamente para no hacer esperar a sus superiores. En un día llegó a Villa Aurelior y de allí fue a un pequeño pueblo con un embarcadero en el que pagó, nada menos, que cuatro monedas de plata para tener un hueco en la barcaza.

Era un pequeño barco de remos y de dos velas, de poco calado pero muy ancho, el típico navío rivereño de mercancías. Iba acompañado por toda una tripulación de veteranos marineros de ríos, unos diez, y por un par de mercenarios, algún caballero andante y un trovador que amenizaba las veladas con su música.

El viaje, que incluía comida y bebida, duró dos semanas. Era un precio algo caro por un viaje así pero había que tener en cuenta que el río era muy seguro y tranquilo y que no había que pagar a ninguna posada por dormir, ni mercado por comer, ni a un establo por cambiar de montura. Reducía en mas de la mitad el tiempo del trayecto y, encima, iba acompañado.

Todo el que se lo podía permitir pagaba el viaje en barco y aunque a Uriel le dolió no sentir el peso de su bolsa llena, supo que al menos ese dinero había sido bien invertido.

Cuando el sol estaba en su cenit, y nadie en su sano juicio estaba en la borda del barco, llegaron al puerto de la Gran Villa al quinceavo día de viaje. Tardaron un día más pero, según el capitán, habían tenido mal viento durante el trayecto.

Al llegar descargaron la montura de Uriel y la ataron a un poste del embarcadero. Se despidió de los acompañantes de su viaje y pagó, si lo veía correcto, al capitán del navío. Ahora podría dirigirse tranquilamente al templo de la Orden para buscar respuestas...

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