Un nuevo comienzo

La Posada el Gigante se encuentra en la zona pudiente de la Gran Villa y es el establecimiento de ocio que está más al oeste aunque muy cerca del embarcadero. Sus clientes, todos muy selectos, pueden disfrutar en su interior de buena música, buen vino y comida digna de un gran señor.

El edificio, construido en piedra a base de sillares calizos, tiene un gran tamaño, un total de tres plantas, grandes ventanas y un tejado a dos aguas de ladrillos. En la entrada un gran hombre, de recia mirada, impide la entrada a todo indeseable pero, en su interior, se extiende una gran sala con un buen hogar al fondo. La barra, de piedra, se extiende a la derecha y en su lugar un orondo posadero vigila con avidez las bolsas de los clientes con sus profundos ojos negros sin parar de tocarse su magnífico bigote castaño.

Las mesas, repartidas en grupos de cuatro formando cuadrados que a su vez forman un gran cuadrado, permiten que cualquiera se siente en un cómodo asiento con cojines y, a estas tardías horas de la tarde, aun no hay muchos clientes y, al fondo, puede verse un gran fuego dentro de una espléndida chimenea.

Los clientes en esta zona se pasan las horas fumando, bebiendo, comiendo y jugando a juegos de cartas y del azar pero todo siempre bajo una gran capa de educación y de cortesía.

Esta zona, donde se habla abiertamente, está también a cargo de cuatro mujeres de gran belleza que cuidan y satisfacen los deseos, no carnales, de los hombres que deciden pasar por la posada pero, si alguien deseara más tranquilidad, podría ir a otra sala, situada a la izquierda de la entrada, que tiene enormes mesas y un gran escenario al fondo donde la música llena el lugar.

Una escalera junto a la barra lleva a las plantas superiores y en estas, seguramente, habrá muchas habitaciones pero eso es algo que el nuevo cliente no podría saber con seguridad.

Spoiler:

Manfred entró en la Posada del Gigante y no le costó demasiado convencer al guardián de la entrada para que le permitiera el paso. Su anillo mostraba que era miembro de la Sagrada Orden y el dueño del lugar ya sabía que acudiría por motivos de suma importancia por lo que, realmente, no tuvo que decir nada para que le permitieran el paso con total cortesía.

El lujoso interior de la posada dejó un tanto maravillado al caballero pues hacía meses que no entraba en una posada tan lujosa como esa pero su deber nunca descansaba así que, sin prisa y con paso firme, se dirigió hacia una mesa vacía, junto a la chimenea, para sentarse y comenzar a preparar una pipa.

Introdujo, primero, el tabaco en su interior y con un pedernal encendió, con rápidos golpes secos, el interior de la pipa. Una leve sonrisa surcó su rostro cuando empezó a saborear el humo del tabaco y, en poco tiempo, una buena chica se presentó ante él y le preguntó por lo que deseaba tomar.

-Una copa de vino, se que aun no han preparado las comidas pero le agradecería que me avisara cuando encendieran los fuegos- su voz, cortés y tranquila, estuvo acompañada por una intensa mirada pues la belleza de aquella mujer (morena de tez y de cabello) no podía pasar desapercibida y esta parecía hacer caso omiso a sus ojos aunque tampoco era de extrañar dado el lugar en que trabajaba.

-Muy bien ser, no tardaré- dijo escuetamente la mujer con una sonrisa que mostró una brillante y hermosa hilera de dientes blancos y relucientes que bien podrían haber derretido el corazón de un bardo.

La chica no tardó en volver con una copa de cristal llena de vino y, tras dar un sorbo y asentir en aprobación a su calidad, Manfred siguió fumando y dando algún trago de vez en cuando mientras observaba el lugar y las gentes que lo llenaban.

Stark después de dejar a Hachi, su caballo, en los establos fue a la posada el Gigante. Entró directamente al interior haciendo un saludo al guardia con la cabeza y sin decir palabra. El guardia le iba ha hacer parar pero al ver sus vestimentas con sus emblemas se retiró.

Una vez dentro pudo vislumbrar una gran posada muy bien cuidada, muy diferente a lo que se encuentra en sus tierras.

Guiado por su afán de convertirse en caballero buscó a alguien que le pudiese ayudar en su cometido. Pudo ver a un caballero fumando una pipa en una de las mesas de establecimiento, así que se dirigió hacia aquel lugar.

Por el camino se topó con una dulce camarera a la que le dijo:
“Disculpe señorita, le importaría traerme un té, el mas dulce que tengan y traiga mucha azúcar. Me sentaré por allí (señalando la zona donde estaba el caballero)”.
La camarera asintió y continuó con sus tareas.

Cuando llegó a la mesa donde el imponente caballero fumaba, se dispuso a dirigirle la palabra:
“Buenas tardes caballero, mi nombre es Stark, Adam Stark, viajo por estas tierras en busca del título de caballero que veo que vos poseéis, así que me gustaría preguntaros que puedo hacer para lograrlo. Le invito a lo que tome como muestra de gratitud y ahora si me lo permite me sentaré.”

El caballero de la Orden de Aeron se quedó pensativo, observando atentamente al joven guerrero y su expresión. Parecía, sin duda alguna, noble por su forma de hablar y por los trajes que llevaba pero era muy joven...

-Demasiado joven quizás para ser caballero, puede que nunca haya visto una auténtica lucha si habla de esa manera- pensó para si Manfred mientras le indicaba al joven Stark que tomara asiento con su mano diestra.

-Mi nombre es ser Manfred Hessel, caballero de la Orden de Aenor y fiel servidor de los auténticos dioses, será un placer compartir mesa con vos, Stark - dijo con tranquilidad y solemnidad para dar una profunda calada a su pipa- pero antes de nada debo deciros: ¿habéis recibido algún tipo de entrenamiento?

-Si este muchacho sabe manejarse bien con las armas y demuestra ser digno de confianza quizás podría acompañarme en mi viaje aunque no es bueno adelantar los acontecimientos... Mientras tanto la camarera apareció con una bandeja que llevaba una taza de té y una azucarera.

Siguió dando caladas a su pipa, creando así una pequeña nube de humo a su alrededor y, sintiendo el calor del fuego de la chimenea en sus mejillas, esperó a que Stark le respondiera.

Cerca de la chimenea, en una mesa manchada con pequeñas virutas de madera, estaba sentado un hombre de unos veintitantos años de edad. Recostado en su silla, con una de sus botas de cuero ennegracido apollada sobre su rodilla, centraba su atención en un pequeño taco de madera que, con un cuchillo muy cuidado, daba forma arrojando pequeños trozos de madera y serrín sobre la mesa que ocupaba.

A su lado, apollada contra la pared, descansaba una espada de considerable tamaño envainada en su funda. Las tiras de cuero destinadas a sujetas la espada a la espalda de aquel hombre colgaban a los lados. Junto a esta podia verse una bolsa de viaje muy gastada.

Aquel hombre simplemente esperaba. ¿Esperaba a que?. Solo a que hubiese algo de bronca, acción o simplemente, llegase la hora de dormir y dejar pasar ese día que tan soso y sobrio se presentaba. Con cada pasada de su cuchillo arrancaba otra fina capa de la madera y salía despedida hacia la mesa o hacia el suelo, donde buenamente le viniera en gana. Apenas se percató de la presencia del caballero de la orden que descansaba en una mesa cercana hasta que otro noble, un chico de escasa edad y con galas finamente ornamentadas entró en la posada.

El chico pidió y fue directamente hasta el caballero. Aurgelmir escuchó las presentaciones. El caballero hacia llamarse Manfred Jesel o algo similar, y el chico Adam Stark. Aurgelmir continuó atento a la conversación mientras tallaba la pieza de madera; a fin de cuentas, no tenia nada mejor que hacer.

Un placer en conocerle, Manfred – dijo mientras tomaba asiento frente a él.
¿Caballero de la Orden? He escuchado mucho de vosotros aunque usted es el primero que conozco en persona. Miraba constantemente cada calada que le daba a la pipa que hacía que todo a su alrededor se llenara de humo.

Paró de hablar al ver que la camarera había llegado y empezó a servirle el té.
Y le dijo a esta, Excelente tal y como lo pedí, tomad cobraros de aquí lo del señor y lo mio- dijo entregándole una moneda de plata que había sacado de una bolsa de buena calidad. La camarera cogió la moneda y se fue por donde había venido.

Continuó enfrascado en la conversación ignorando de lo que ocurría a su alrededor. Mientras bebía de una forma muy refinada el té que le acababan de traer, al cual le tuvo que echar cuatro cucharadas de la azucarera para que estuviera a su gusto.

Ya que habéis preguntado, debo deciros que he sido muy bien entrenado en el arte de la espada y la monta, al menos así lo dice mi instructor. Por eso estoy aquí porque creo estar preparado para obtener el título. ¿Y usted que hace por estas tierras, aún no salgo de mi asombro, creía que los vuestros no salíais del Castillo Negro, que por cierto queda muy lejos de aquí. -Esperaba impaciente la respuesta.

El caballero de la Orden de Aeron observó como el joven aspirante a caballero le pagaba su ronda, no dijo nada al respecto pero en su mirada no dejaría entrever ningún tipo de sentimiento- sin duda busca ganarse mi aprobación- pero antes de decir nada dio una nueva calada a su pipa para luego dejar que el humo comenzara a cargar levemente el ambiente.

-Ya veremos si tan diestro eres como dices- respondió el caballero- cierto es que los míos se asientan fundamentalmente en el Castillo Negro pero, como defensores de la fe, solemos viajar y visitar todos los pueblos y urbes del Valle.

Empezó a escuchar como, levemente, empezaba a sonar un laúd en la sala contigua pero el sonido de las conversaciones y el muro que los separaban ahogaba, en gran medida, el sonido de la música aunque ello no impedía que Manfred empezara a mover los dedos de su mano diestra sobre la mesa, siguiendo el rítmico sonido del instrumento.

-Te diré que cuando hablamos del deber no me gusta andarme por las ramas joven Stark, he venido por orden de mis superiores en la Orden pero no puedo darte más detalles por el momento aunque, en breves instantes, podrás saberlo todo y acompañarme si así lo deseas.

Su copa de vino estaba a punto de vaciarse pero tampoco tenía especial prisa por tomar otra, no debía desviarse de sus obligaciones y la bebida enturbiaba de forma desmedida la mente de los hombres, por lo que simplemente se recostó, cómodamente, en su mullido asiento y siguió dando tranquilas y relejadas caladas a la pipa para disfrutar de aquel tranquilo momento, de la lejana música y del cercano fuego de la chimenea.

El ambiente en la posada era tranquilo pero jovial, la música sonaba en la lejanía creando un ambiente muy apacible y el sonido de las conversaciones, las risas y de los dados llegaban a cada rincón del opulento establecimiento. Las posaderas servían las bebidas con una rapidez y eficacia que parecían imposibles de emular, el posadero regordete observaba desde la barra que nada faltara a sus clientes y en general nada ni nadie perturbaba aquella armonía.

La noche fue alzándose lentamente para ir cubriendo toda la Gran Villa bajo un manto de oscuridad y poco a poco los fuegos de la cocina empezaron a calentar la comida, que no tardaría en llegar a las mesas de los comensales que desearan tomar algo.

De repente la puerta de la posada se abrió de par en par y una pequeña brisa entró en el interior de la posada, seguida de un nuevo cliente. Dicho hombre no era especialmente alto pues podría medir alrededor de uno sesenta de altura y sus hombros tampoco era muy anchos pero era todo un guerrero y tenía unas facciones y un físico curtido tras muchos años de combate y entrenamiento.

Su rostro descubierto, curtido a la intemperie, mostraba una barba de varios días y sus ojos grises parecían haber visto más de lo que cualquier hombre pudiera desear. Su pelo, rubio, estaba muy recortado y su mentón, nariz y cejas estaban muy curtidos.

Sus ropas, desgastadas y llenas de polvo, eran de un tono grisáceo aunque sería difícil decir si ese había sido realmente su color original. No llevaba blasón o signo de distinción, portaba protecciones de cuero y en su cinturón colgaba una larga espada bastarda. Una capa gris, que parecía que en algún momento había sido verde, colgaba sobre sus hombros y al caminar sus botas hacían crujir la madera del suelo que había a sus pies.

Aquel hombre se dirigió hacia la mesa que había junto a la chimenea, donde estaban sentados Stark y Hessel, pero nadie habría podido saber que podía buscar aunque alguien con buen ojo habría visto el anillo de la orden que llevaba en su mano diestra pero reconocerlo como tal era otra historia pues este también estaba muy desgastado.

A su paso todos lo miraban pues... ¿Que hacía ese harapiento en la posada más lujosa de la Gran Villa? Bien merecía aquel hombre ir a las pocilgas que había al otro lado del río con la gente de su clase...

Sin hacer caso a las odiosas miradas de las que era partícipe el veterano guerrero se sentó frente a Manfred y junto al joven Stark y con una postura muy recta y un tanto incómoda, pues parecía estar alerta en todo momento.

-Me alegro de verte viejo amigo- su dura mirada y su inexpresivo rostro no parecían mostrar alegría alguna ...

Spoiler:

Aurgelmir profirió un fuerte estornudo. Había aspirado una dichosa viruta de madera. Con brusquedad se reincorporó en su silla y dejó la talla de madera sobre la mesa. Quizá fuese solo la impresión de aquellos que miraban la pequeña pieza de madera, pero tenía una curiosa similitud con una de las camareras con grandes ''dotes'' que atendía a los clientes.

-¡Santo Aeron!- Exclamó. Inmediatamente volvió a estornudar con estridencia. -Joven, mas bien la pregunta sería ¿Por qué ser caballero?.-

Ante la cara de incertidumbre del joven, Aurgelmir, retiró sus cabellos de la cara y dijo con una sonrisa de cordialidad. -Disculpad mi intromisión. ¿Donde habré dejado mis modales?. Mi nombre es Aurgelmir di Frey; si no sabeis pronuciarlo podeis llamarme simplemente Aur.- Guardó su cuchillo en una pequeña abertura de su bota, dispuesta para dicho fin. -Simplemente, me aburro de sobremanera y creí oportuno iniciar una conversación; eso o asfixiarme con mis tallas.-

Nada mas pronunciar estas palabras, la puerta de la taberna se abrió para dejar pasar a un rostro conocido. La chica de cabellos azabache hizo que un escalofrio recorriese su espalda. Fuese los que fuesen los motivos que la trían a aquel lugar, seguro que le daría algún que otro quebradero de cabeza. Pronto volvería a abrirse la puerta tras la entrada de otro hombre, esta vez con aspecto de guerrero, que se sentó en la mesa junto a los otros dis caballeros.

Stark miró al hombre que le preguntó “¿Por qué quieres ser caballero?, o algo así” con cara de sorprendido. Quizá había alzado la voz y llamado la atención mas de lo que pretendía.
Le resultó un tipo bastante curtido, un guerrero bastante fuerte cuya apariencia le mostraba seguridad, no obstante no parecía el típico hombre del que se deba confiar. Miró el arma que tenía a su lado que, aun desde lejos, parecía ser de gran calidad. Sea quien fuere, no es un cualquiera.

Luego vio sentarse justo a su lado, por el anillo que pudo ver, un caballero a Aenor que por lo que dijo era amigo de su actual conversor.
Aquel hombre parecía estar algo cansado, no olía muy bien y los ropajes no eran precisamente lo mas adecuando para su condición de caballero.
Daba la sensación de ser una persona de gran fuerza y habilidad en el combate, no sería bueno tener problemas con él.

Después dirigió su mirada al caballero Manfred y esté mostraba una cara de completa tranquilidad, parecía que le estaba esperando.

No obstante esta extraña situación no era precisamente normal, algo raro estaba ocurriendo y tenía que saber el por qué. “Puede que requieran ayuda, intentaré parecer competente, que lo soy, claro. Esto puede que me sirva para alcanzar mi objetivo”, pensaba para si mismo.

Mientras todo eso ocurría se bebió lo poco que le quedaba de té en el vaso y volvió a llenarlo hasta arriba echándole cuatro cucharadas de azúcar en vez de tres. Pensando para sí, “no es lo suficientemente dulce”.

Por último se dirigió al recién llegado y hablando en voz baja para que solo escucharan los que estaban sentados en la mesa.
Saludos, veo que sois caballero de la orden como vuestro amigo. Me llamo Adam Stark. Disculpad mi curiosidad y atrevimiento pero ¿que os ha ocurrido, os veo bastante agitado?.

Acto seguido volvió ha beber un poco del té poniendo cara de satisfacción y pensando para sí “Perfecto”.

El recién llegado a la posada observaba a los presentes con el ceño fruncido y con una absoluta frialdad en su mirada, como si estuviera haciendo un calculo de posibilidades, mientras escuchaba lo que los demás decían a su alrededor. De repente, de su mano, cayeron unas monedas de bronce y con una voz seca y carente de emoción pidió una jarra de cerveza.

La camarera de tez oscura le sirvió rápidamente lo que deseaba y se cobró lo que era debido pero no pudo evitar lanzar una mirada de menosprecio al hombre hosco y sucio al que estaba sirviendo.

-Veo que te cuidas bastante bien Manfred- dijo el caballero mientras miraba la copa de vino y la pipa que el caballero de la orden tomaba pausadamente- pero... ¿Donde están mis modales? Mi nombre es Edmund Jeynel y la vida de caballero es muy dura muchacho- continuó mientras miraba al joven Stark pero sin dejar de mostrar una completa dureza en las facciones de su rostro, como si intentara intimidar al escudero.

-¿Lo has reclutado?- dijo finalmente mirando al caballero de la Orden de Aenor, Manfred, con una clara muestra de infravaloración en sus ojos. Como si pensara que aquel joven muchacho no pudiera ser útil o hábil en el manejo de las armas...

Ni tan siquiera había probado la jarra de cerveza y parecía no tener interés alguno en tomarla pues hablaba y ni tan siquiera la miraba. Permanecía sobre la mesa sin que nadie, a primera vista, deparara en ella.

El caballero de la Orden de Aeron miró al guerrero que se había inmiscuido en la conversación por puro aburrimiento. Tallaba una pieza de madera con una navaja y parecía haber estado absorto en sus pensamientos hasta que se había cansado de estar solo... ¿Estaría esperando a alguien? Manfred no lo sabía y tampoco le importaba pero la desconfianza que sentía hacía los presentes del lugar aumentaba pues, en menos de cinco minutos, se le habían presentado dos desconocidos.

-Mi nombre es ser Manfred Hessel, caballero de la Orden de Aeron y leal devoto de la fe- su presentación había sonado totalmente clásica y quizás se denotaba algo de frialdad- y no Edmund, no lo he reclutado pero estaba sopesando esa posibilidad.

Le habría gustado que su reunión con su viejo amigo hubiera pasado mas desapercibida pero parecía que aquello no sería posible, al menos en aquel momento, por lo que, encogiéndose de hombros, acepto la situación y pensó que lo mejor sería sacar provecho.

-Ya hemos perdido el anonimato viejo amigo... ¿Somos francos? - preguntó para dar un trago de vino mientras miraba a su amigo con una gran sonrisa que iba de oreja a oreja aunque algo en su expresión hacía pensar que no estaba de broma precisamente.

Había cinco pequeños lotes de monedas ubicados sobre la mesa. Todos tenían la misma cantidad, diez monedas, salvo el del extremo, que tenia solo nueve. Todos los que rodeaban la mesa, salvo el que había hecho los lotes, miraban el botín con expectante avaricia. Sabían que esos lotes eran para ellos, pero ninguno se animaba a extender el brazo y reclamar uno mientras los dos gladius de Atrus estuvieran al alcance de su portador.

Atrus, que era quien había hecho los lotes, les observaba con una mezcla de pena e indiferencia. Pena porque había costado varios días y combates hacerse con ese dinero, y solo aquella fugaz velada para deshacerse del botín. Indiferencia porque el dinero, aquellas pequeñas piezas de metal, nunca le habían atraído demasiado. No ambicionaba nada de lo que estas podían comprar… tal vez porque sabia que podía obtener lo que quisiera sin necesidad de aquello.

Tomaba vino, sonreía despreocupado y observaba a los cinco que le rodeaban, el mayor tenia once años, el menor siete. Todos niños de clase baja que jamás hubieran podido ingresar a un local como donde estaban si no fuera por la influencia que Atrus ejercía sobre su amigo, el propietario.

- Bueno jóvenes. – dijo soltando la copa vacía frente a si y recostándose en la silla (los niños estaban demasiado nerviosos como para sentarse y permanecían frente a él, con rostro preocupado, como si aquella fuera la primera vez que hacían aquel intercambio… por cierto que lo hacían periódicamente hacia años, mes a mes, pero aquel hombre extraño, tan simpático como amenazador, les erizaba la piel.

- Lleven este dinero, con mis saludos, a vuestras madres. Y espero no enterarme que siquiera una moneda se desvié del camino. – Atrus sabia que la amenaza era innecesaria, cumplirían. Eran unos pequeños rufianes pero le temían y no le desafiarían. Eran Sus pequeños rufianes, también por eso.

El menor de los niños tomo entonces un lote y lo guardo con celo, los otros cuatro le imitaron y dieron un paso atrás con intención de retirarse. Atrus asintió como dándoles permiso y todos se retiraron por una puerta lateral salvo el menor, que tal vez por su juventud tomaba la iniciativa. Antes de retirarse lleno la copa de Atrus con reverencia, ganándose que el hombre levantara su mano y le acariciara los cabellos, castaños y enmarañados como los de el mismo. El niño sonrió de felicidad y luego, como los otros, se retiro sigiloso. De sus cinco hijos, era el más parecido a si mismo, y por tanto el que mas simpático le resultaba. El problema era su madre…

Atrus quedo solo. Desde aquella mesa en el rincón podía observar el panorama de la posada al completo, pero no había nada demasiado llamativo… las gentes de siempre… algunos caballeros atendiendo sus pantomimas entre ellos…

En lo personal su agenda estaba bastante suelta… volvía a la arena en un par de noches pero hasta entonces no tenia mas planes que seguir pidiendo jarras de vino hasta perder el conocimiento.

Spoiler:

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Casi escupe el té cuando llegó aquella mujer con cara de pícara, su perfume inundó la mesa y el ambiente, así como el disfrute de su té. No estaba nada mal, y era de extrañar encontrar una mujer como ella, sola y sin nada que hacer.
Ante aquella intromisión y la de su supuesto amigo, le hizo pensar “¿Y este se supone que es el sitio mas refinado de la Villa? Parece que estoy en un vulgar antro donde la gente se entromete donde no le llaman”
Mirando con cara de indignación hacia Manfred, Dijo con frustración: ¿Queréis hacer el favor y respetar una conversación privada? ¿Donde están los modales de estas tierras? Ni que estuviéramos en el siglo I, por santo Aenor, dejad de entrometeros. Dicho esto se bebe el té que le quedaba de un trago y dejándolo sobre la mesa con un fuerte golpe que casi hace quebrarlo y se dispuso a levantarse. Le habían fastidiado su primera oportunidad de poder conseguir el título.

El polvoriento y veterano caballero, que para la época podría rozar la vejez a los ojos de los jóvenes guerreros que estaban presentes, siguió mirando a todos los que rodeaban su mesa con total severidad. No parecía nada a gusto con aquella situación y no se molestaba en lo más mínimo por ocultarlo, tampoco parecía dispuesto a responder a los que hablaron y tan solo dijo, mirando a su compañero de armas Manfred:

-No nos queda otro remedio, ser. - dicho esto dio un gran trago a su jarra de cerveza hasta apurarla de un solo trago para continuar hablando como si hubiera tomado tan solo un trago de agua- como bien sabéis, muchachos, ser Manfred y yo pertenecemos a la Orden de Aenor y no es casualidad que nos encontremos aquí pero he de decir que no me alegra nada que hayáis interrumpido este encuentro, empezando por ti joven aspirante a caballero.

Su mirada estaba fija en los ardientes troncos de leña que prendían en la acogedora chimenea que los presentes tenían cerca, parecía que, más que hablar con el grupo, hablara para si mismo pero sus sobrias palabras hacían que a su alrededor surgiera un aura de respeto.

-Puedo que el todopoderoso os haya traído hasta nosotros por algún motivo pero antes de continuar hablando debo deciros: Aparte del joven escudero ¿Alguien más desea embarcarse en una misión por el honor, la gloria o el dinero?

Seguía mirando el fuego y las llamas parecían hacer brillas sus claros ojos azules pero ahora estaba en silencio, esperando alguna respuesta y no parecía tener ninguna prisa, ni gana, por continuar con aquella conversación con gentes de tan cuestionable sentido del honor.

Spoiler:

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Orden de post

Atrus
Ivannia
Stark
Aurgelmir
Manfred/Creador

El tiempo pasaba y las jarras se sucedían intermitentemente. Pero el problema con el alcohol es que el cuerpo humano, conforme se ingiere, desarrolla una defensa contra sus efectos y por tanto, aquellos que saben dedicar su vida a tomar necesitan cada vez de una dosis superior para alcanzar el mismo efecto deseado (en el caso de Atrus, la inconciencia). A esto, Atrus había tomado hasta saciarse pero apenas sentía un leve entumecimiento y sentimiento de euforia humilde que era decepcionante. Se rindió a sus intentos y decidió abandonar la taberna para acostarse y descansar.

Se levanto de la mesa y desperezo con ganas para luego levantar sus gladius con la diestra y comenzar a caminar hacia la puerta.

Mientras avanzaba, escucho parte del discurso de uno de los “honorables” caballeros, o al menos un pequeño segmento de este, y sonrió con amargura ante las palabras mientras bajaba la cabeza para acentuar su desinterés en el tema; Había escuchado “el honor, la gloria o el dinero”. Era tan triste… unir esas tres palabras en una misma oración, cual si fueran la misma, como si tuvieran el mismo peso, debería estar vedado. ¿Cómo podían los hombres, aquellos caballeros y realmente todos los ciudadanos de aquel valle, comparar la Gloria con algo tan banal como el dinero, o algo tan complejo y sinsentido como el honor? Era así. Atrus lo sabia, lo había visto infinidad de veces, simplemente no lo comprendía. Las gentes de aquel generoso valle, mareadas por los excesos, habían confundido prioridades y preferían ser poseedores de riqueza y monedas a ocupar un lugar en la mesa de la gloria. Habían decidido que es mas poderoso quien mas tiene, y no quien mas hace. No admiraban a los grandes guerreros, a los héroes, admiraban a los acaudalados y los “nobles”, triste nobleza la que esta en un papel y no en la sangre…
Por un segundo Atrus titubeo sobre si explicar su filosofía a los extraños, resultando evidentemente en un cruce de aceros poco ventajoso para él en su inferioridad numérica, o sobre si mascar el freno, callar y marchar.

Hizo lo segundo, acentuó su sonrisa amarga, giro el rostro hacia la barra para saludar con un seco asentimiento al posadero y salió para afuera a respirar el aire fresco que tanto necesitaba… a veces olvidaba cuan viciada podía estar aquella taberna.

Atónito ante lo que acababa de escuchar, lejos de levantarse se quedó clavado en la silla y sin pestañear un solo instante miraba a aquel hombre que pasó de ser un hombre sucio que no pinta nada a un caballero de la orden que le ha ofrecido cumplir su sueño.
Eh... esto...Ser Edmund, no? te puedo llamar Ser Edmund?- dijo Stark tartamudeando. Sería un placer ayudar a gente como vos, dime que puedo hacer y lo haré. -mirando a Edmund y a Manfred seguidamente. Bueno ¿Ibanana? me llamo Stark, disculpa mis modales hoy estoy algo alterado. -señalando el té con la mano derecha.
Todo esto había sucedido en muy poco tiempo y casi no podía asimilar del todo donde se había metido y en que circunstancias se encontraba. Y lo mejor es que su vida cambiaría completamente, o al menos eso empezó a creer.

El caballero de la Orden de Aenor sacó el tabaco que había en el interior de su pipa, totalmente quemado y apagado, depositándolo en un cuenco de cerámica negra que había sobre la mesa. Su expresión no revelaba emoción alguna y parecía muy absorbido por su tarea y, cuando terminó, alzó la palma de su mano diestra hacia Edmund y, con tono tranquilizador, habló:

-Me ocupo yo viejo amigo- dicho esto dio un pequeño sorbo al vino que había en su copa, ya en la recta final y su rostro mostró el enorme placer que sentía al saborear con su paladar aquella exquisita bebida- La Orden nos ha enviado desde diferentes puntos del Valle para solucionar unos problemas que han surgido en la Gran Villa, yo vengo del Castillo Negro y mi compañero.. bueno, mejor que os lo diga él si quiere- dijo con una leve sonrisa en su rostro mientras guardaba en el interior de un bolsillo de su capa la pipa que cuidaba con tanto mimo y esmero.

-Como bien sabéis son tiempos oscuros pero Aenor nos mostrará la luz del camino... El norte está al borde de la guerra y son muchos de los que se aprovechan de esa delicada situación con actos poco piadosos- sacando una pequeña bolsa de cuero marrón, que dejó sobre la mesa, continuo diciendo- Los dioses os estarán muy agradecidos por vuestros servicios y la Orden sabe recompensar a los que son justos. Debemos ir al a los arrabales para encontrar a un caballero norteño, enviado para perturbar la paz de esta noble villa y no va solo, por supuesto.

Recostándose en su asiento, con su mano diestra cerca de la bolsa que estaba repleta de monedas, llevó su mano siniestra a su barba para atusar sus pelos con total tranquilidad.

-Sería preferible capturar a ese caballero con vida para que tuviera un juicio justo... La Gran Villa no participa en los conflictos entre nobles y señores, este caballero busca llevar a la causa de su señor a este asentamiento tan importante y no podemos permitirlo, por el bien de todas las tierras del Valle. Si algún señor hiciera entrar a estas tierras en un conflicto... Todo ardería.

La voz de aquel hombre había adquirido un matiz muy solemne, seguía siendo tranquilo pero la seriedad surcaba su rostro y se reflejaba claramente en su mirada.

-No es una misión digna de un nombramiento de caballero pero habrá más... - sentenció mirando fijamente al joven Stark.

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