Heridas cicatrizantes.

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Era un estupendo día en el valle, el sol brillaba con una calidez que muchos días se desearía, la brisa era suave, meciendo los cabellos de un rocín Shire del cual resbalaba por su costado derecho un reguero de sangre que ya no llegaba a gotear, pero teñía su pelaje marrón de un color aún más oscuro. Trasportaba a un hombre de cabello castaño claro, ojos verdes y mandíbula ancha. Se ataviaba con ropajes sencillos de viaje; un camisote de lino, un cinto, unos pantalones bombachos beiges y unas botas marrones y desgastadas que espoleaban a la bestia de forma débil de cuando en cuando.

La vista se alzó de su cuasi eterno reposo apoyado en las crines de la bestia y divisó el bosque antiguo. Había marchado desde Villa Aurelior por una ruta de pastoreo hacia el oeste, intentando bordear el castillo del cuervo tras traspasar el puente. Adentrándose en el frondoso bosque, avanzó un kilómetro y desmontó de Rorik, su caballo, amarrándolo de sus largas riendas al tallo de un arbusto, apoyándose tras éso en un árbol y dejando resbalar su espalda hasta sentarse en sus raices.


-¿Por qué me persiguen los caballeros de Aenor?- Pensó fugazmente en voz alta mientras miraba los profundos y negros ojos del caballo; Éste rebufó moviendo un poco el hocico y volvió a mirar al hombre postrado de espaldas al árbol. Una media sonrisa se esbozó en la comisura de sus labios para finalmente borrarla con un suspiro ahogado. Llevó su mirada hacia su costado y levantó su camisote de lino para hallar la herida. 2 cm de profundidad y diez de largo surcaban parte de su costillar derecho cubiertas por hierbas medicinales y un vendaje improvisado con las que eran las mangas de su camisote. Levantó el vendaje y la plasta de hierbas para inspeccionar la evolución de la herida. Dos días de viaje habían pasado desde el ataque de los caballeros de Aenor en la Villa Aurelior.

Los enseres parecían estar en una mochila de viaje que estaba unida por medio de correajes a la parte posterior del caballo. Amroth se levantó con esfuerzo e indagó su mano en la mochila para coger una ración de comida. -Dieciseis raciones... Creo que bastará para mi recuperación.- Tenía en mente viajar hacia la gran villa para rehacer su vida hasta que lo dieran por muerto o desaparecido, lo que esperaba era no encontrarse con ninguna alimaña en el bosque lo suficientemente peligrosa para acabar con su vida, y en caso de que no fuera lo suficientemente peligrosa... Tendría carne para comer.

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Ya habían transcurrido varias semanas desde el incidente en el Castillo del Cuervo del magrave. Su herida parecía que no se había infectado pero el dolor le recordaba, constantemente, que era perseguido por dos caballeros de la Orden de Aenor. Se había adentrado profundamente en el Bosque Antiguo, una gigantesca masa arbórea repleta de cedros, pinos, robles, hayas y alguna que otra gigantesca secuoya. El calor solía ser sofocante cuando el sol alcanzaba su cenit pero, de vez en cuando, alguna lluvia veraniega refrescaba levemente el ambiente y esta no resultaba muy molesta dado que las copas de los grandes árboles frenaban casi toda la precipitación.

Aunque Amroth debía cabalgar con cuidado, siguiendo antiguos senderos, dado que la espesura del bosque podía ser muy peligrosa para todo aquel que no conociera debidamente el lugar. El caballero renegado no sabía mucho sobre las leyendas que contaban sobre aquel ancestral lugar pero sabía, por su profesión de guerrero, que era común que los bandidos se escondieran en ese lugar y que compañías enteras del magrave se perdieran en su interior.

Apenas podía guiarse por la luz del sol ya que este apenas era visible bajo las densas copas de los árboles pero con algo de suerte podría salir siguiendo los senderos o guiándose por su intuición. Al norte de aquel salvaje lugar estaba el Gran Bastión, centro de poder de Alberch Holfburg. Las relaciones entre este y el magrave no eran precisamente malas pero tampoco brillaban por ser buenas pues en ocasiones las tensiones entre ambos señores casi los habían llevado a la guerra. Mas al norte aun se encontraban la Gran Villa y, a mayor distancia, el Fuerte de la Sangre y el Bosque Sangriento (lugares que las gentes pacíficas solían evitar).

El viejo sendero que seguía, de repente, se bifurcaba en dos caminos que no tenían señal alguna aunque era posible que en su momento, hace cientos de años, la tuviera. El destino marcaría que camino tomaría el caballero pues, en un principio, ninguno de los dos parecía mejor que el otro salvo por el hecho de que uno parecía ascender lentamente y el otro, por contra, descendía levemente. La vegetación y la luz que incidía en cada camino era, a primera vista, la misma y la senda era igual (tierra sin empedrar, parecía que simplemente habían quitado los rastrojos y los árboles para hacer el camino).

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Miró a sendos caminos mostrándose ante ellos una neblina que los cubría, las caraterísticas de ámbos no diferían mucho salvo las pequeñas inclinaciones, que en cualquier parte del sendero podrían volver a variar. Sabía que era un bosque engañoso, en rumores y antiguas citas de arcaicos libros bien sabía las fieras que lo poblaban, y qué tipo de personas lo frecuentaban, pero debía evitar a toda costa los caminos principales, y bordear el bastión cruzándolo hacia el este por el bosque era su mejor opción para luego seguir rumbo norte en paralelo con el camino de Tyriel hasta la encrucijada.

No se montó en el caballo para avanzar, lo desató agarrando sus riendas con la zurda situándose a la diestra del abandonado sendero, decantándose por el camino de la derecha, que según su orientación debía seguirmás el rumbo Norte-Oeste, el destino requerido a sus fines. Debía hacer una parada en la encrucijada, ya que probablemente se le acabaran las raciones antes de llegar a la Gran Villa.

Avanzó unos metros por ése camino y su caballo rebufó negando con la cabeza. -Sí, tienes razón chico, mejor prevenir que curar.- Aferrándose a la creencia de bandidos desenvainó la espada corta sujetándola con su diestra sin parar de avanzar en ésa incesante neblina que iba envolviéndolo más y más a medida que adelantaba su travesía.

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'Dado de diez caras ' : 3

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El caballero proscrito descabalgó de su montura y comenzó a caminar tirando de las riendas de su caballo. El sol había traspasado su cenit y comenzaba a declinar en el lejano horizonte, que no era observable desde el interior de aquel espeso bosque.

Se escuchaba, a lo lejos, el ruido de algunos pájaros que revoloteaban por las copas de los árboles y, aunque el serpenteante sendero había sido abandonado hacía siglos, el camino seguía siendo transitable. Sabía que podrían quedarle un par de jornadas, quizás alguna más si sus cálculos habían sido erróneos, si seguía por aquellos caminos. Realmente podía considerarse afortunado por haber encontrado ese viejo camino pues, en el Castillo del Magrave Ulrich Herbst, desconocían la existencia de esos caminos y había visto como muchos compañeros habían partido al interior de este misterioso lugar para no regresar nunca.

Un hombre piadoso habría dicho que, esa suerte, era debida al todo poderoso dios Aenor, otro quizás hubiera acudido a la providencia de la Fortuna y alguno puede que hubiera dicho que la casualidad había sido la causante. Sea como fuere parecía que el camino era seguro y que nada iba a perturbar su camino pero un experto veterano nunca se confiaba.

De repente se paró en mitad del camino pues, frente a si, vio un conjunto de huellas que pasaban por mitad del camino. Esas huellas eran profundas y parecían pertenecer a un solo animal, muy pesado, por lo que a su mente acudió, casi al instante, la imagen de un gran oso.

Sabía que esos animales solían moverse por un territorio cercano a su cubil, que solía tener acceso a comida y agua cerca y que podían resultar muy peligrosos en verano, estación actual, pues estaban en plena actividad. La huellas se adentraban en la espesura del bosque, podía decidir seguirlas o continuar con su camino o hacer por allí cerca un campamento y ver al día siguiente que podía hacer porque lo cierto era que quedaban algunas horas para el anochecer pero podía decidir parar para descansar.

Se paró a observar las huellas un minuto hincando la rodilla diestra, determinando que pertenecían a un oso, algo peligroso a lo que enfrentar. Se levantó para ir a la retaguardia del caballo y coger del mochilón el odre, agitándolo un poco y alertar que su contenido estaba a menos de la mitad. Dio un trago y volvió a guardarlo.

Diose cuenta por el tiempo transcurrido, y corroborándolo por la bajada de humedad en el ambiente, que el sol, si no se había ocultado ya, le faltaría poco y que la noche en ése bosque del cual muchos hombres habían entrado, pero pocos regresado se alertaba no demasiado pacífica.

Montó en su caballo espoleándolo a media velocidad para ganar algunos centímetros más de altura para la percepción, concentrándose más en su alrededor. En el caso de encontrar algún lago, se adentraría en el bosque para abrevar su caballo y tomarse un descanso, siempre teniendo idea de la dirección del camino, y que éste no se desviaría de la dirección Norte-Oeste demasiado.

Por último, cambió su Gladius por la espada bastarda en su mano derecha para inclinarse menos en la montura si tenía que golpear con el arma y arriesgarse menos a caerse de la montura. Aún con la zurda agarraba las riendas, y los pies se aferraban bien a los estribos por si tenía que abandonar la posición sentada en el caballo.

-Espero estar pronto fuera de éste bosque- Musitó para sí mismo, pero queriendo escuchar su propia voz en la soledad del bosque donde solo algunos pájaros piaban y algunas ramas crujían, estando pendiente siempre a cualquier montículo que pudiera ser el cubil de la bestia o una zona aventajada para una emboscada.

Continuando el camino, con cierta presteza porque la noche se avecinaba, mantenía su espada bastarda bien preparada por si hiciera falta en algún momento. Se había montado en su caballo y estaba completamente alerta, a la espera de que pudiera ver algún lago u oír algún sonido digno de su atención hasta que, finalmente, escuchó el curso de lo que parecía un pequeño riachuelo.

No parecía estar muy lejos pero el sonido venía del lado del sendero por el que habían ido las huellas del oso. La densidad de la arboleda impedía ver con claridad el riachuelo por lo que podría ser mucho más grande de lo que Amroth se imaginaba si estaba más lejos de los que pensaba.

Si quería penetrar en la espesura del bosque tendría que desmontar y avanzar con cuidado por los matorrales. No era nada aconsejable hacer eso pues había escuchado montones de historias de viajeros que habían abandonado la seguridad del camino para adentrarse en el interior de la espesura para no regresar nunca más. Se decía que fantasmas, bestias míticas, duendes y hadas habitaban en el interior de aquel lugar pero ya dependía del caballero creer o no en ellas.

Pero, ante todo pronóstico, escuchó el sonido de los cascos de unos caballos que venían desde la lejanía. Parecían provenir de sus espaldas y cabalgaban a toda prisa... ¿Serían los caballeros de la Orden de Aenor? Era poco probable porque los había perdido de vista muchos días atrás pero pocas gentes transitaban esos caminos.

No debían estar muy lejos, en unos minutos llegarían, y de él dependía confiar o no y quedarse en el camino o abandonarlo. Podía ser que fueran simples viajeros en algún apuro...

Amroth salió del camino por su parte izquierda con el caballo, atravesando dos filas de árboles sin despegarse demasiado del camino y buscando una gran secuoya en la que esconder al caballo de la venida del sonido. Dejó las riendas sueltas confiando en la fidelidad del caballo demostrada anteriormente en el antes, durante y después de una batalla, y en la observación de su comportamiento alguna que otra vez en las cuadras. Sus ropajes eran oscuros y difíciles de detectar en la apremiante oscuridad, tan solo tenía que colocar la vaina en su espada para que un mal reflejo de un claro llamara la atención en la pulida hoja de su bastarda.

Y así fue, dejó escondido al caballo y avanzó hasta la primera fila de árboles, agazapado entre la espesura con la bastarda envainada y cogiendo el cuchillo arrojadizo por el filo para abatir a un jinete si era necesario. Quería descubrir si estaba de suerte, o por el contrario la mala fortuna había dejado rastros en sus pasos. (también llamados rastros de sangre.)

Amroth no era pagano, pero tampoco un fiel devoto. Quizás un religioso en éstas situaciones hubiese recitado algún salmo, pero la presión del momento no lo dejaba pensar en el todopoderoso Aenor, y su experiencia le decía que quien le sacaban vivo de las refriegas era el acero que Aenor nos entregó. Probablemente el bosque era demasiado espeso para que la mirada del todopoderoso se centrara un segundo sobre él y concederle alguna bendición.

Instantes mas tarde de que Amroth se situara en la primera línea de árboles, aparecieron dos jinetes que cabalgaban a buen ritmo, pero sin sobre esforzar demasiado a sus monturas, por el camino que el mismo caballero había tomado.

Poco a poco fueron reduciendo su ritmo hasta llegar, prácticamente, a unos seis pasos de distancia de Amroth. No eran caballeros de la orden aunque realmente ni siquiera parecían caballeros pues vestían con ropas mundanas y no parecían llevar protección alguna salvo unas simples espadas de mano.

-¡Para Robert!- dijo uno de los jinetes parando totalmente su montura a esos seis pasos- ¿Escuchas eso?

-Parece el sonido de un río... Seguramente sea el riachuelo del que nos habló Baltersen, nos vendrá bien parar y tomar algo de agua y abrevar a los caballos.

Dicho esto ambos jinetes desmontaron de sus caballos y comenzaron a caminar hacia la espesura que había a la derecha del camino, con la mano diestra en sus armas y la siniestra en las riendas de sus caballos.

Amroth quedaba al otro lado del camino, veía como se internaban en la espesura del bosque y recordaba, nitidamente, el nombre de Baltersen. Era el jefe de unos saqueadores que robaban, mataban y violaban a las gentes libres y humildes del sur del Valle. Eran conocidos por su crueldad y su desprecio por las gentes piadosas a Aenor. Aquel hombre, además, era conocido como la Furia del Valle.

Era muy normal que los caballeros del Castillo del Cuervo se enfrentaran a esos bandidos...

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El caballero volvió a la posición del caballo Rorik sujetándolo de las riendas y volviendo al camino, siguiendo en una distancia prudente a aquellos dos hombres, ya que le interesaba abrevar a su rocín y rellenar su odre.

Tenía planes difusos en la mente con respecto a ésos tipos relacionados con Baltersen, a fin de cuentas Amroth ahora se había convertido en un desarraigado del valle casi. No sabía con quien contar, quien era amigo o enemigo y solo tenía su labia y sus habilidades con el acero, de las cuales si tu viera que confiar en algo de él mismo, sería en lo que más confiaría.

Si resultara que el temido oso se lanzase al ataque, al menos tenía más posibilidades de sobrevivir, ya que podría elegir a cualquiera de los tres como presa, al contrario de antes, que solo estaba él en el bosque. En su cabeza se le venía a la mente la típica imagen del caballero salvador aniquilando al oso mientras éste hostigaba a alguno de los dos granujillas para ser aclamado posteriormente como héroe y ganarse su beneplácito, y así poder descansar aunque fuese un rato para proseguir con su viaje de dos jornadas; pero ésas ideas eran difusas ya que toda casualidad siempre pendía de un hilo muy fino que podría romperse en cualquier momento y volver el asunto contra sus planes.

El caballero proscrito atravesó, con las riendas de su caballo en la mano, el camino y se adentró en el otro lado del bosque. Podía escuchar, de lejos, a los dos bandidos caminando y llevando, en silencio, a sus monturas hasta que, por lo que notó, pararon para beber pero, cuando aun seguía atravesando la densa espesura del robledal, uno de ellos alertó a su compañero diciendo:

-¡Oye! ¿Escuchas eso?

-¿El qué? Yo no oigo nada...

-Bueno, serán imaginaciones mias, me había parecido escuchar algo- ahora Amroth podía ver, a lo lejos, el pequeño riachuelo, que no parecía nada profundo ni ancho, y aunque estaba semi oculto por la maleza y los árboles no convenía tentar demasiado a la suerte si quería esconderse. Ambos bandidos habían dejado que sus monturas bebieran agua y estaban llenando sus odres con el preciado líquido.

Llevar a un caballo por esa parte del bosque era realmente costoso pues era muy difícil avanzar sin que hiciera ruidos y entre la maleza, las raíces de los árboles y la irregularidad del terreno el caballo no avanzaba cómodamente pero no había tenido, obviamente, problema alguno.

-Sus oidos no están atrofiados- Dijo dando el semblante, oculto entre sombras por la oscuridad inminente que ofrecía ése bosque. La silueta del caballero proscrito llevaba a su zurda unida la silueta del caballo, y con el cuchillo aún en la diestra hizo el gesto visible de envainarlo para que vieran que no buscaba problemas.

-He de avisaros que aún cuando las luces sembraban tristemente el camino, éste reveló las huellas de una enorme criatura que abreva en éste riachuelo y que tiene cerca de aquí su cubil.- Dio algunos pasos más sin cambiar el tono de voz, que desde un principio era suave y tenue para no alertar a más que a aquellos bandidos. Tampoco dijo de qué criatura se trataba para que la incertidumbre le llevara al caos a aquellos bandidos y de paso saber si conocían o desconocían ése factor.

La herida, que se mejoraba por momentos, a veces hacía de las suyas en cada paso bajo su rasgada camisa de lino negro que lo mantenía aún más en las sombras. -Es importante que no alceis la voz, y sobre todo no hacer ruidos estridentes. Mi nombre es Thomrad, un placer.- Era el nombre más ridículo que podría haberse inventado, su agilidad mental, pendiente a otras cosas solo llegaron a hacer un anagrama de su propio nombre.

Antes de que pudieran responder con algún gesto, aunque fuera de sus labios, el caballero concluyó el, hasta éste momento monólogo, con una pregunta. -¿Dejais reponer mi odre y abrevar a mi caballo?- El timbre de su voz no era de un grave profundo, se encontraba en el límite para discernir con total afirmación que se trataba de un hombre, no arrastraba las palabras con pinceladas crueles, ni hacía ningún ademán en las frases excepto respetar las pausas unas décimas de segundo más de lo normal si cabía, y las intenciones con las que emitían sus palabras, eran como si pudiese haber tomado el camino de las armas fácilmente contra los dos, pero desechó ésa posibilidad por innecesaria más que por posible.

Unos pasos más daría si no le frenaban con ningún gesto para que su semblante se esclareciera y pudieran ver su tez, su espada Glabra en su mano zurda envainada, su espada corta también en su parte zurda, pero pendiente de un cinto, y un cuchillo envainado en la cadera derecha, reafirmando la intención de sus palabras.

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Los dos bandidos, sorprendidos por la aparición de Amroth,llevaron sus manos a las empuñaduras de sus espadas en un claro movimiento instintivo pero, al ver las intenciones pacíficas del caballero, no alzaron sus armas sino que se quedaron observando, sin confianza pero sin mostrar completa belicosidad.

-Bienvenido al Bosque Antiguo Thomrad, mi nombre es Harry y el de mi feo amigo es Robert, pero debes saber que estas en el territorio de Baltersen y de sus hombres... - dicho esto hizo una leve pausa en la que observó mas detenidamente al caballero y sus atuendos- Así que dinos: ¿Que te trae por aquí? ¿Solo? ¿Y con esas vestiduras y armas?- parecía referirse, sin duda, a los símbolos que lo delataban como un caballero de Herbst.

Aquellos hombres eran, sin duda, unos muertos de hambre- según una expresión muy común en el Castillo del Cuervo- pues sus ropas estaban algo desgarradas por el constante uso y habían sido remendadas en varias ocasiones- práctica común en el pueblo llano- y no estaban tan bien armados como el caballero pues solo llevaban una espada corta o, más bien, media. La típica arma empuñada a una mano, de hoja y empuñadura en cruz, que solía usarse con un escudo (que no poseían).

El tal Harry, algo desdentado y con algunas cicatrices, poseía un cuerpo torturado por el hambre y la mala vida, un pelo rizado, rubio y sucio que caía sobre sus cejas, unos grandes ojos marrones y una pequeña barba de cuatro días.

Robert era calvo pero más alto que su compañero, llegaba al 1,70 por lo que estaba por encima de la media, pero también mostraba los mismos signos de pobreza y de hambre, una mirada castigada y su mano siniestra destacaba por la ausencia de dos dedos.

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-Renegado del castillo del cuervo- Dijo en un tono muy seco mientras dejaba a ambos de lado caminando con su caballo hasta ponerlo en las malezas que cubrían el arroyo para que comenzara a beber, luego diose media vuelta encarando a ése par de tipos.

-Es un placer para mi haberos conocido. Desconocía que éstos fueran los dominios de Baltersen, más bien, ahora mismo creo que estamos en los dominios de un oso de dos metros veinte y unos 350 kg.- Replicó con cierto aire de gracia para insistir de forma no amenazante en que no estaban en un correcto lugar. -Me dirijo a la gran villa, ¿Seríais tan amables de indicarme por qué sendero he de tomar?- (Va implícita una tirada de averiguar intenciones si el master lo cree oportuno.)

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Robert, rascándose la cabeza, se giró sobre si mismo y empezó a otear a los alrededores desde su lugar, mirando y buscando la posible aparición de ese oso del que tanto hablaba el caballero exiliado.

Harry mantenía su mirada fija en el caballero exiliado, parecía poco preocupado por la existencia de aquel oso- no como su amigo que centraba todos sus sentidos en su búsqueda- sin mostrar un signo alguno de confianza, dejando cerca de su mano la empuñadura de su espada pero sin llegar a tocarla.

-Un renegado eh... Que casualidad... Nosotros también hemos dejado atrás nuestra vieja vida ¿No te interesaría unirte a nuestro cordial grupo? - su proposición, cargada por la desconfianza, no dejaba entrever por otro lado nada en concreto. Parecía medir las intenciones de aquel caballero, como si no se fiara nada de él aunque también era posible que tramara algo o, simplemente, era sincero y deseaba que se uniera a ellos.

-Yo no veo ningún oso Harry... - Robert, miraba y buscaba algún signo del oso desde la rivera del riachuelo y en su tono de voz de notaba la preocupación que ocupaba su mente- Pero puede que tenga razón, estamos en verano y estarán hambrientos, preparándose para el invierno.

-Tranquilo Robert... Nos guste o no está a punto de anochecer y no es aconsejable ir por esos senderos en la oscuridad de la noche. Ademas, el fuego ahuyenta a las fieras.

-Yo solo he visto sus huellas.- Replicó a la primera afirmación de Robert. Luego escuchó al segundo y asentó la cabeza, decorando la frase.- Pero avancemos algunos metros más. ¿ Tenéis Yesca y pedernal? Yo...- Mientras el caballo terminaba de abrevar, se dirigió a sus cuartos traseros y sacó la que parecía toda la comida que llevaba, o al menos hizo el esfuerzo gestual de indicar éso al sacar 5 raciones, volver a buscar en su mochila, y chasquear su lengua con sus dientes en motivo de desaprobación.-Puedo ofrecer ésto, comida. Seguramente junto a ése fuego estemos mucho mejor.-

Se acercó a ellos y repartió dos raciones a cada uno, quedándose el caballero con una haciendo una pausa. -No os preocupéis por mi, que antes de entrar en el bosque ya comí una.- Ofreciendo con la frase una sonrisa no demasiado amplia. Volvió a coger las riendas al caballo y se dispuso a caminar para incorporarse de nuevo al camino, pero no siguiendo sus pasos, sino intuyendo por donde seguiría dicho camino. al darle la espalda a ámbos, puso toda atención a lo que pudieran decir o hacer tras de él.

El sol estaba a punto de ocultarse en el horizonte y, dadas las altas copas de los árboles, la penumbra sumía ya a la mayor parte del bosque pero aun se podía caminar con cierta facilidad. Los bandidos tomaron con cierta desconfianza las raciones de alimento pero tampoco la rechazaron pues la comida no sobraba en aquella parte del mundo.

Tomando las riendas de sus caballos, guardando antes en sus ancas las raciones que el caballero les hacía dado y asintiendo cuando ente les preguntó por la yesca y el pedernal, siguieron a Amroth.

Caminaron durante unos cinco minutos mas hasta llegar al camino, no tenían demasiado tiempo pero, por el momento,los bandidos seguían en relativo silencio al caballero, susurraban en ocasiones algunas palabras y la desconfianza se palpaba en el ambiente.

Tampoco era de extrañar, podrían pensar que Amroth los estaba guiando a una trampa aunque, cuando alguien ofrece su propio alimento, se tiende a creer que las intenciones de esa persona no son malas pues, si así fuera, sería un gran deshonor y, dado que aquel hombre decía ser un caballero, daba cierta confianza.

-¿Piensas ir a algún sitio en concreto, Thomrad? - dijo Robert, a unos cinco pasos de distancia del caballero, mientras miraba con cierto interés a su alrededor mientras Harry tenía su mirada fija en el caballero exiliado- Los osos suelen tener territorios muy amplios...

La desconfianza era obvia, pero también había que tener en cuenta la incertidumbre y los peligros del bosque que hacían que el ambiente se cortara como una seda frente a un cuchillo.

-Si éste camino lleva al Nor-Este, lo más normal es que quiera ir cuanto antes, lo más lejos y raudo posible...- Dijo con un toque de misterio, atribuido por la duda de no saber que hacía ni él mismo realmente. -Probablemente vaya al torneo de caballeros para ganar algo de oro, pero respondiendo a tu pregunta de antes sobre unirme a ustedes, debería saber vuestras aspiraciones e intenciones. El castillo del cuervo es ahora mi enemigo, y supongo que el enemigo de mi enemigo, es mi amigo.-Habían vuelto a salir del camino, pero ahora por la parte diestra de éste. Se dio media vuelta encarando a ambos que caminaban tras de él, finiquitando la frase con una leve sonrisa plácida y amable. -¿No?-

Al detenerse, movió en zigzag su bota en la tierra removiéndola un poco. -Aquí está bien.- Probablemente seguirían mirándolo con desconfianza, y se vio forzado a explicar su intención de instaurar el campamento ahí. -Cuanto más cerca de un riachuelo, más húmedas serán las ramas y hojas secas, y más humo producirán; me buscan los hombres del margrave, y juraría a que a ustedes también os buscan.- Mientras decía la frase, se movía de un lugar a otro cogiendo las ramas pequeñas más secas y las hojas mas rugosas para hacer el principio de la fogata concentrándolas todas en el punto donde removió la tierra. -¿Podría alguno de los dos buscar ramas medianas y secas?-

El caballero, desconfiado antaño, parecía abusar de su propia confianza con sus actos, pero sabía que con un sentimiento de recelo, menos podría conseguir y más abriría sospechas siendo un renegado perseguido por Rorik Lorgenstein y su Margrave.

Finalmente se sentó frente al proyecto de hoguera, y esperó que el hombre que no fuera por las ramas, sacara la yesca y el pedernal para comenzar a hacer el fuego. Tendría una conversación con él, ya que lo único a lo que no le habían respondido aquellos hombres fue el camino que debía tomar para llegar a la gran Villa.

Los tres viajeros se adentraron en el bosque tras atravesar, de nuevo, el camino. Todos, tras caminar unos minutos, se pusieron a trabajar en alguna u otra tarea. Harry, con un movimiento de cabeza, le ordenó a Robert que fuera a por la leña y este, sin rechistar demasiado, fue en busca de la madera.

Mientras tanto Harry clavó su rodilla diestra en el suelo para comenzar a hacer fuego con la yesca y el pedernal. Tardó unos minutos antes de que el fuego prendiera en la madera pero mientras trabajaba hablaba con una voz clara y tranquila aunque en su mirada se reflejaba la desconfianza que aun sentía.

-Nosotros nos dedicamos a sobrevivir en un mundo que nos ha despreciado, cada uno tiene sus motivos pero hemos formado una especie de familia- dicho esto las llamas comenzaron a asomar- deberíais ir a ver a nuestro jefe, estas en la tierra de nuestra familia.

Robert volvió poco después con un par de palos de madera, no había estado buscando durante mucho tiempo debido a la poca luz que había ya en el ambiente, y, tras dejar los palos junto a un árbol, se sentó junto a su compañero.

-¿La tierra de nuestra familia?- Preguntó mientras desamarraba del caballo la gran mochila y la ponía junto al fuego para poder apoyar su espalda. Una vez sentado, suspiró y recordó.-Bueno, aún no me habéis dicho por donde puedo ir a la gran villa, pero cuando gane el torneo, me pasaré por ése lugar que deciis, a fin de cuentas, una persona como yo no se puede permitir no tener aliados.-

Acto seguido desenvainó su espada bastarda ya que le molestaba en la espalda, y a falta de piedra de afilar, sacó su cuchillo lo lo restregó por el filo de la espada bastarda. De un momento a otro, paró y dijo -¡Eh, podríais venir conmigo! O... ¿Os está esperando Baltersen?- sea cual fuese la respuesta, el caballero cortaría la respuesta. -Si me ayudais, ya que necesito gente que se hagan pasar por mis escuderos, repartiremos el premio ¿Qué me deciis?-

Derrochaba confianza por todos sus poros, tanto hacia ellos como a sí mismo. Podría ser el narcisismo del caballero que estaba arañando su alma en busca de la más superficial de las supervivencias. Creía que allí en el torneo no habría muchos mejores que él, pero al 99% se equivocaba, aun así la auto confianza se palpaba en sus palabras; tanto que sonaba hasta creible.

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Los bandidos escucharon atentamente al caballero aunque este no les dejó hablar hasta que hubo terminado. No dijeron nada hasta que pasaron unos segundos y el primero en romper el incómodo silencio fue Harry.

-Somos un poco viejos para ser escuderos...¿No te parece?- lo decía porque todos sabían que los escuderos solían ser niños o jóvenes nobles que eran entrenados para acabar siendo nombrados caballeros. Incluso podían participar en algunas pruebas con otros escuderos y, por ello, siempre solían tener algún título en su familia- Y no tenemos títulos pero... ¿Eso no es un problema, verdad?

Tomando la ración que Amroth le había dado cogió un poco de carne en salazón y comenzó a comer para, entre mordisco y mordisco, continuar diciendo:

-Si, estas tierras pertenecen a nuestra pequeña familia, hermandad, grupo o banda, como prefieras llamarlo pero tranquilo porque no te cobrarán peaje, al menos mientras vayas con nosotros. Si os acompañamos ¿cumplirá con las obligaciones de todo caballero?

Robert, en cambio, no hizo ni dijo nada, simplemente se quedó en silencio y observando todo lo que los otros decían pero lo que pedía Harry no era, precisamente, barato para el caballero exiliado. Si aceptaba la condición de que fueran tratados como auténticos escuderos debería armarlos, alimentarlos, vestirles y, lo más preocupante, enseñarlos a combatir. A cambio los escuderos servirían y cuidarían de su señor, su montura y velarían por su bienestar.

-Si, es cierto que los escuderos suelen elegirse con dieciseis años para su instrucción.- Dijo referente a la edad de ámbos. -Pero siempre que seamos más de dos personas en ésta empresa, tendremos más posibilidades de éxito. Los títulos son problema para mi; Tenemos que buscar a alguien que me coloque títulos (falsos por supuesto); un heraldo o semejante; se me presento con mi nombre original, a saber cuántos tendones nos podrían cortar.-

Su cabeza empezaba a fantasear nuevamente como aquella vez con acabar con el oso y ser un héroe, pero rápidamente un chispazo del fuego le hizo centrarse en la idea principal. -En cuanto a lo de Armaros, bueno, os puedo enseñar a luchar, - Dijo confiado de su instrucción.- Pero todo lo que requiera dinero, deberéis de tener expectativas de futuro.- Era una forma locuaz de decir que tenían que esperar a que lo ganasen. -De todas formas no va a ser más que una farsa, y si nos sale bien y os animáis, quien sabe. En cualquier caso es mejor que morir de hambre ¿No?-

El "¿No?" se había convertido en una coletilla característica del caballero para cerciorarse y cerciorar a los demás de que las cosas podían ser de otras muchas maneras, pero según la mente del caballero, era la mejor para todos, en ésos instantes. Aún frente al fuego, sintiendo su calor, comenzó a comer de su ración, y observaba que el segundo se mantenía demasiado callado, y éso le escamaba un poco, ya que no sabía su opinión al respecto, o quizás callaba por que estaba de acuerdo, así que entre mordiscos, preguntó. - Y qué opinas tú al respecto, Robert?- Terminó tragando ayudado por un buche de su odre de agua meintras esperaba la respuesta.

Los dos bandidos seguían comiendo sus raciones, parecían pensar que aquella comida podía ser robada por la rapidez con que la ingerían aunque ello podía deberse, tranquilamente, por el hambre que tenían aunque, realmente, el caballero no había dicho que no lo fuera.

-Es raro que pidan títulos... Para que los pidan tendría que ser una justa de mucha pomposidad- dijo Harry entre trago y trago de ración, dándose un aire de sabiondo con sus palabras.

-A mi esta idea no me termina de convencer, al último que se hizo pasar por noble en mi ciudad lo ahorcaron. Aquí, con Baltersen, nos va bien y aunque no nos sobra nada tenemos lo necesario para vivir. - la respuesta de Robert, a la proposición de Amroth, chocaba con el interés que Harry estaba poniendo en el plan.

-Con Baltersen arriesgamos la vida cada día... ¿O lo has olvidado?- dijo Harry antes de que el caballero pudiera decir nada en respuesta al comentario de Robert.

-No es lo mismo actuar en tierra de nadie que en plena ciudad...

La mirada de Harry lo dijo todo, no parecía muy contento con lo que Robert decía pero parecía estar acostumbrado a esa forma de ser porque, simplemente, se encogió de hombros y siguió comiendo para escuchar al caballero.

-Nunca...- Enunció mientras cerraba su odre -He participado ni he visto ésa justa para celebrar la venida del verano; no se a cuánta pomposidad podría estar su altura. - Guardó la parte sobrante de la ración acto seguidos en la especie de papel en la que estaba envuelto primariamente, y luego en el telamen que lo recubría, no tenía más hambre, luego se levantó, dirigiéndose a su caballo y cogiendo la manta doblada entre la montura y el lomo del caballo extendiéndola junto al fuego usando de nuevo parte de su mochila como almohada.

- Voy a descansar un rato. Mañana será un día duro.- Se recostó sobre dicha manta; al hacerse el silencio por parte del caballero, tres o cuatro minutos pasaron entre, posibles cuchicheos entre Harry y Robert, cuando el caballero empezó a entonar entre susurros un código que parecía difuso entre dientes al principio, pero luego se pudo oír claramente la letra.


Amroth acariciaba el anillo que tenía por símbolo una calavera y un cuervo que anteriormente estaba en sus bolsillos, pero lo hacía de espaldas a los otros dos, mientras entonaba la canción...

Los bandidos no dijeron nada cuando el caballero dijo que se acostaba, tan solo lo observaron y, al poco tiempo, comenzaron a hablar en voz muy baja entre ellos. El caballero no distinguió muchas palabras de la conversación pero, básicamente, hablaban sobre lo que haría cada uno a partir de ese momento. Uno, Robert, quería volver con Baltersen y Harry parecía convencido de ir con el caballero, por lo que era tachado de loco por su compañero. Los detalles, motivos, consecuencias y cualquier otro aspecto de la conversación escaparon a su percepción pero, le pareció, que dejaron de hablar cuando empezó a recitar su juramento.

Dentro de unas horas debería despertarse para hacer la guardia o confiar en que sus acompañantes hicieran la guardia durante toda la noche o que lo despertaran pues en una noche normal no era muy sano dormir sin vigilancia en un bosque pero con un oso cerca posiblemente fuera menos sensato.

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