Amistades dudosas (trama de Atrus)

La oscuridad de la noche amparó a los caminante hasta llegar a una rudimentaria posada, muy conocida en la ciudad, en la que en más de una noche Atrus podría haber pasado la velada solo o en compañía de diversos tipos en el pasado.

Sus clientes habituales eran gentes de baja cuna, pobres o humildes en su mayoría y de un sentido de la educación, la salubridad y de las buenas maneras poco inculcado pero también era cierto que esa posada era conocida por ser una de las más baratas y con mayores entretenimientos, tanto de música como en mujeres o en juegos. Su nombre, Posada del Fuego del Hogar (o el Fuego del Hogar) ya transmitía que podía encontrarse en su interior (un enorme fuego central, en mitad de la posada, que se encontraba en mitad de una circular chimenea de piedra).

El edificio tenía dos plantas, era de madera y una sola entrada (a la vista). Sus ventanas apenas permitían el acceso de la luz durante el día y durante la noche la luz de las lamparas de aceite eran las únicas que iluminaban parte de la calle en aquella zona de la ciudad. El tejado, a dos aguas, tenía tejas del mismo material pero parecía tener algunos boquetes.

Era a primera vista, y en realidad, un tugurio y un antro en toda regla pero era el mejor antro de los arrabales y Atrus los sabía, como también sabía que no era un sitio que tuviera fama de ser tranquilo.

Sin llegar a abrir la puerta de la posada, Kenneth se paró justo ante el umbral de esta y, sin girarse hacia Atrus, le dijo con un tono tranquilo y suave, apenas audible:

-Como bien sabes aquí hay cientos de ojos y muchos más oídos pero... Somos una pequeña familia aquí así que sígueme y no digas nada. - dicho esto entró en el interior de la posada, esperando que le siguiera Atrus mientras Cornac esperaba a que el invitado a la posada diera el primer paso.

El interior estaba abarrotado y el ambiente estaba cargado de olores muy cargados y algo viciados. El humo de las pipas rebosaba por doquier y el sudor de los cuerpos se mezclaba con este creando una fragancia poco acogedora pero... ¿Para algo estaba el alcohol?

Acercándose a la barra, con una sonrisa en el rostro (la primera que Atrus veía en aquel bárbaro), Kenneth le dijo algo a una joven camarera que pasaba por el lugar, que no pudo escuchar pues se lo dijo al oído, y pidió una pinta de cerveza...

-Te invito a una ronda y volvemos al trabajo compañero- aquello era, sin duda alguna, un signo de buena fe por parte de Kenneth, una invitación era algo que rozaba lo sagrado para los bárbaros y era un insulto negar el bien dado desinteresadamente. Significaba también que no había amenazas, ni malas intenciones, una costumbre arcaica pero muy respetada...

Cornac, por otro lado, seguía junto a Atrus, escuchando como tocaba un trovador una canción de bar, muy rítmica y conocida, fácil de tararear y que estaba consiguiendo alzar los ánimos en el ambiente.

El semblante de Atrus se relajo cuando ingreso a la taberna siguiendo al referido Kenneth. Tal vez aquello era una trampa y pensaban matarle en el sotano, pero ingresar a una posada (especialmente a aquella donde había pasado tantas noches) siempre era motivo para alegrar el humor.
Una de las miles de cunas de los excesos de aquel valle tan suntuoso, era un paisaje alentador. Hombres y mujeres nadando entre vicios y desmesuras.
Un verdadero templo a la Muerte.

Atrus no confiaba demasiado en aquellos hombres, pues apenas les conocía. Pero sabia que eran barbaros (Seria demasiado rebuscado que fuesen actores villanos pasándose por congéneres) y por tanto podía confiar en su ofrenda de alcohol. Bebió todo el contenido con una velocidad casi instantánea y apenas altero su actitud cuando lo hizo.
Si aquel era un veneno más potente que el propio alcohol y la muerte le reclamaba aquella noche, Atrus podía morir tranquilo de que suficientes maldiciones acosarían a Kenneth y Cornac como para arrepentirse de envenenarle durante unas cuantas generaciones. En esta vida y en la otra. Pues la Muerte no respeta al Veneno, cree que es una trampa que la obliga a reclamar gente antes de tiempo. La Muerte sabe atormentar a los cobardes que compensan su falta de valor con tales artimañas.


- ¿Hablabas de trabajo? – suspiro Atrus girándose para observar la taberna sin restar atención a su interlocutor, incitándole a seguir.

La música sonaba por doquier, la comida y la bebida, sobre todo esta última, no cesaban de correr de un lado a otro de la posada pues era sabido que un cliente no debía quedarse nunca sin bebida... Los juegos divertían al populacho y en ocasiones algún tramposo perdía algún miembro, si no llegaban a una pelea justa y abierta, pero nunca se llegaba a un conflicto en todo el lugar pues, en el fondo, nadie quería que, en aquella noche, la situación se desmadrara.

-Oh, claro, trabajo...- dijo el bárbaro eliminando la sonrisa de su rostro pues no parecía muy alegrado por tener que dejar los vicios y placeres de aquel momento- Cornac, ya sabes que hacer y tú, sígueme- ordenó señalando a Atrus para comenzar a caminar hacia la escalera de la posada que conducía a las habitaciones superiores del establecimiento. Mientras tanto el gigante pelirrojo empezó, como si aquella hubiera sido su orden, a beber y a disfrutar de la fiesta como si su vida le fuera en ello.

Las escaleras eran viejas y crujían con cada pisada que el bárbaro daba en cada escalón hasta que llegó al piso superior del edificio rudimentario de madera. Atravesó un pasillo y, pasando por varias habitaciones en las que se escuchaban los sonidos de placer de hombres, mujeres y hasta de algún animal, llegaron hasta una puerta situada al fondo de aquel pasillo.

Kenneth sacó una llave y, con su rostro cubierto por aquella seriedad que había dominado sus facciones hasta llegar a ese lugar, le dijo a Atrus:

-No esperes nada de mi...- se refería, obviamente, a los ruidos de las otras habitaciones aunque era dificil saber si estaba serio o si, por el contrario, hacía una broma al respecto- Este es uno de los sitios más seguros que conozco.

Tras esto entró en el interior de aquella habitación y encendió una pequeña lampara de aceite que había sobre la mesa, de metal, que daba la luz suficiente para que se pudiera ver en el interior del lugar pero las ventanas estaban cerradas y la penumbra reinaba allí.

El lugar era modesto pues solo había una mesa de madera, un par de sillas, un baúl y un catre junto a la ventana, al fondo de la habitación, por lo que el lugar no era muy amplio. El gritos de las habitaciones contiguas llegaban hasta aquel sitio y la fiesta de la posada no pasaba, en absoluto, desapercibida...

-Aquí será difícil que nos escuchen... Toma asiento, pronto nos traerán algo de comer y de beber.

Atrus obedeció medio resignado cuando el otro le indico que le siguiera. Su tono le sonó a orden y el bárbaro de los gladius no tenia costumbre de obedecer.
Una tontería, pero el bárbaro había basado su vida despreocupada y de desbundes en seguir aquellos impulsos de relativa poca importancia.
Esta vez fue la excepción y no modifico su gesto, simplemente siguió al otro taberna adentro.


Cuando Kenneth le indico de la confidencia de la habitación, Atrus no pudo pensar menos que, de hecho, si ellos podían escuchar lo que acontecía en las demás habitaciones, algún oído atento en alguna de estas bien podía escuchar lo que ellos discutiesen.
Pero se guardo el pensamiento para si, procuraría hablar en un tono bajo, escuchar mas que hablar y no decir nada comprometedor… ósea lo de siempre.

Decidió ingresar y detenerse junto a la ventana, para apoyarse cómodamente contra la pared. Una actitud prudente: Estaba lo suficientemente lejos de la puerta como para no ser sorprendido por las gentes que pudieran entrar, y lo suficientemente cerca de la ventana como para tener una vía de escape de una situación comprometida pero no tanto como para ser visto desde fuera por los cristales de esta.
¿O el sitio era una casualidad que no premedito?


Se giro para enfrentar a Kenneth todavía en silencio y solo lo rompió para denegar su invitación a sentarse diciendo – Gracias, prefiero permanecer de pie y estirar las piernas… - zanjo, cruzando los brazos por delante del pecho y esperando.

El bárbaro, ante las palabras del gladiador, se encogió de hombros y tomó asiento en mitad de la habitación, frente al catre y sin variar la dura expresión de su rostro. Su mano diestra arañaba la vieja madera de la mesa de la habitación y su siniestra descasaba sobre su regazo, parecía que esperaba a que su invitado dijera algo o a que le trajeran la comida y la bebida pero, de repente, habló con total serenidad:

-Como habrás imaginado este lugar nos pertenece, vienen gentes de todos los lares de esta villa pero esta noche hicimos algunas excepciones... Se que has tenido paciencia esperando a que fuera claro contigo y ese momento ha llegado.- dicho esto se tomó unos segundos que, al parecer, uso para reflexionar las palabras que iba a decir- Somos a los ojos de estas gentes unos desarraigados... Bárbaros del sur y de las montañas, bandidos de los bosques, criminales de todo tipo y bueno, no somos unos santones pero todos tenemos algo en común: odiamos a los norteños. Cada uno tiene sus motivos y no entraré ni en los tuyos ni en los míos ni en los de mis compañeros pero ese odio nos alimenta como una llama insaciable, nos da fuerza y nos impulsa a luchar pero....¿Como? Aquí, en este asentamiento, tenemos una de nuestras bases más importantes, en esta posada concretamente pero actuamos con más eficacia en los campos.

Fue en ese justo instante cuando una mujer, sin llamar siquiera a la puerta, entró en el interior de aquella habitación con una bandeja de madera con dos jarras de cerveza, dos sopas de cebada, algo de pan duro y un poco de queso.

-¿Cuantas veces debo decirte que llames a la maldita puerta mujer?- dijo Kenneth ante la llegada de la que parecía ser una de las mujeres que llevaban aquel lugar.

-Una más al menos- respondió la joven con una sonrisa pero con una voz cargada de un profundo carácter y sin ocultar la satisfacción que sentía al contradecir a los hombres.

-Ya hablaremos...

-Eso sería nuevo- dijo la mujer de dorados y rizados cabellos, con una burlona sonrisa, antes de cerrar la puerta tras de sí.

-Mujeres... Si quieres a una que caliente tu lecho tendrás que pagarla o convencerlas, al menos si deseas a alguna de nuestras mujeres pero ya conoces el carácter de las mujeres del sur. Tendrás derecho a comida y lecho hasta que decidamos actuar pero, a partir de ese momento, deberás ganarte con su sudor y tu sangre todo lo que desees... Aquí cada hombre es dueño de lo que mata pero no mates a los nuestros por el mero placer de quitar una vida, no son tiempos para matarnos entre nosotros, y somos fieles a la Ley de la sangre -sentenció el bárbaro para comenzar a comer y a beber para, en mitad de su festín, alzar la mirada y decir- es el momento de preguntar Atrus y come algo, no me gusta desperdiciar un buen plato...

Atrus escucho en silencio confirmando sospechas previas y descubriendo cabos que ni había amagado a atar. Las palabras del otro estaban cargadas de poder y energía, pero el bárbaro no podía dejarse encender más allá de lo que su egoísmo habitual le permitía. No tenia ideales de unidad y cooperación con los pueblos barbaros.
Ni su tribu había tenido jamás ambición de controlar a otras (de hecho la única manera de unirse a la tribu era naciendo en esta, o como esclavo de algún miembro de la tribu, estatus que no se perdía hasta la muerte), ni el mismo había jamás considerado volver a tierras bárbaras para tomar dominio o formar parte de alguna tribu o reino barbárico que amenazase a los norteños.

Solo una cosa le llamaba a Atrus, una que el otro no proponía pero dejaba entrever… querían hacerse notar. Llamar la atención y hacerse un nombre por ellos. Claro, ellos lo hacían por odio, él lo haría por renombre. Fuese el amor de los barbaros que respetan a un gran guerrero, o el terror que los norteños sienten de un azote barbárico, si jugaba bien sus cartas Atrus seria reconocido por todos y su nombre seria reverenciado, bien o mal, en todo el reino. Solo tenia que igualar sus atributos a sus ambiciones y lo lograría.

Aquellas palabras, y sus propias maquinaciones, le abrieron el apetito por lo que se acerco a por pan y queso y volvió a su sitio cuando hubo tomado suficiente.
Se alimento ávidamente (Hacia rato que no comía y el alcohol de hace unas horas le empezaba a causar acides en el estomago por lo que el alimento le alivianaría su estado) mientras meditaba alternativas.

- Mi sudor y mi sangre están a disposición, y tengo por costumbre no aceptar nada gratis por lo que prefiero hacer mi primera paga antes de descansar el cuerpo en esta posada. – respondió ávido de demostrarse.

Se mostraba bien dispuesto, pero no podía dejar de acotar lo siguiente.


- Sobre matar a los nuestros… mataré a quien la Muerte me dicté que maté sin distinguir bando o bandera… La Muerte no reconoce diferencias, yo no lo haré por ella. – Sonrió – Esperemos, para evitar problemas, que ningún bárbaro merezca el honor de morir por mis gladius… - dijo zanjando su opinión en el tema.

El bárbaro terminó de comer poco antes de que el gladiador terminara de devorar su cena pero no dijo palabra alguna hasta que este habló y las palabras le este hicieron que en su rostro apareciera una leve sonrisa, la primera que Atrus consiguió de él.

-No creo que tengas que esperar demasiado- sentenció antes de levantarse y dirigirse hacia la puerta para continuar hablando pero sin girarse- esta habitación será tuya esta noche, yo bajo a pasar un rato abajo pero si quieres puedes acompañarme pero mañana saldremos temprano a los bosques.

Dicho esto salió de la habitación dejando la puerta cerrada tras de sí y permitiendo al gladiador disfrutar de la relativa tranquilidad que había en aquella habitación o que bajara a la fiesta que aun proseguía bajo aquel techo.

Atrus guardo silencio y se resigno: Aquella noche no habría acción. Sus gladius no beberían sangre.

Podía bajar y retomar la ebriedad de más temprano, o levantarse a alguna de las tantas posaderas del lugar… o hasta romper la única regla de Kenneth y batirse con algún borracho de la posada pero prefirió quedarse allí, inmóvil y en silencio, mientras el otro abandonaba la habitación.

La fortuna había hablado. Horas atrás había abandonado la otra taberna tentando a esta y esta había respondido con creces… hasta aquella mañana había destinado su vida al día a día y su ultimo pensamiento iba a escasos días adelante, en su próximo duelo en la arena. Ahora, aunque con prudencia y recelo, parecía unido a una causa… era todo un cambio. Suficiente cambio para un día, considero para quedarse en la habitación.

Aseguro la habitación con llave y antes de acostarse (un par de horas antes) se dedico a un entrenamiento que ya tenia adquirido a su rutina diaria de antes de acostarse (excepto cuando lo hacia acompañado, por una mujer o la promesa de una resaca). Practico lagartijas, abdominales y otros entrenamientos que habia aprendido en sus pocas tardes de entrenamiento en la arena, antes de sus primeros combates cuando era aun un niño. Luego desenfundo sus gladius y se dedico a practicar movimientos y figuras casi como si estuviera practicando un baile. No habia fuerza y potencia en sus movimientos y “ataques”, pero gracia, agilidad, velocidad y elegancia… ya en el combate desembocaría fuerza e ira.

Luego de un rato estuvo satisfecho, se desvistió y acostó para dejarse dormir y descansar en un sueño profundo.

Desperto desganado pero energico unas horas después, junto con el sol, para volver a vestirse, abrir la puerta y encaminarse hasta la sala… intrigado sobre si el paisaje había cambiado desde la noche anterior…

El comenzaba asomar en la lejanía del oriente, iluminando levemente los callejones y edificaciones de los barrios bajos de la Gran Villa, cuando Atrus se levantó de su catre. El silencio reinaba en toda la posada, nada parecía advertir de que la noche anterior se había celebrado una apoteosica fiesta.

Descendió por las viejas escaleras de madera, haciendo crujir los peldaños con cada paso, hasta llegar a la gran sala común, donde la noche anterior había estado el gran centro de la fiesta, aunque ahora solo quedaban unas brasas humeantes en lo que había sido el gran fuego del hogar de la chimenea central.

Las mesas estaban bien dispuestas alrededor de ese fuego y las sillas estaban correctamente colocadas, no había restos aparentes de comida o de alcohol en el suelo y todo parecía estar en su lugar aunque, en un sitio como aquel, solo podía decirse que la limpieza brillaba por su ausencia pero para las gentes de los barrios bajos estaba mas que bien.

Al otro lado de la gran sala estaba la barra, cerca de la entrada, y en esta se encontraba un tabernero algo escuálido limpiando con un viejo trapo una jarra de metal, posiblemente de la noche anterior, con su oscura mirada perdida en las brasas humeantes.

-Ah ¿ya te has levantado? ¿Deseas algo?- dijo el hombre con tono servil mientras dejaba sus quehaceres para limpiarse las manos en su delantal.

No había nadie más en la sala aunque también era cierto que era muy temprano.

- Vino – dijo Atrus indiferente mientras se acercaba a la barra donde su interlocutor. Con aire somnoliento se sentó frente a aquel mientras desenvolvía el contenido de un pequeño bulto que llevaba en su diestra: un trapo de lino que envolvía algo de pan y queso que había sobrado de la frugal cena de la noche anterior con Kenneth. Después de todo para guardar su físico de gladiador no podía pasarse en porciones y por tanto aquello había sobrado. Un desayuno igual de frugal que la cena. Igual de suficiente.

Espero a que el hombre le sirviera y comenzó a desayunar con desgana, haciendo tiempo para que aquella ciudad empezase a despertar.

Sus opciones eran más escasas de lo normal, pues no tenia intención de alejarse de aquella taberna antes de volver a hablar con el bárbaro. ¿Tal vez podía entrenar un poco? Lo cierto es que más que por rutina estoica, tenia intención de hacerlo para distraer su mente del aburrimiento.

- Donde puedo encontrar a Kenneth, hijo de Kennath - Pregunto al posadero sin revelar demasiado interés.

El posadero miró al gladiador con una extensa sonrisa en el rostro, nada extrañado por la pregunta de este y, alzando su mano diestra, le señaló hacia la escalera de la posada diciendo con total afabilidad:

-Ahí está, muchacho, invita la casa hoy al vino- habló para continuar con sus tareas de posadero tras la barra del local, limpiando y ordenando todos los enseres de su oficio. Al otro lado de la sala, bajando por las escaleras, bajaba Kenneth seguido por Cornac. El primero no parecía nada cansado aunque parecía claro que el segundo no había pasado una buena noche por las ojeras que tenía alrededor de los ojos aunque había una clara decisión en la mirada de ambos.

-Pon lo de siempre Almarg que hoy tendremos un día largo y... vaya, veo que eres todo un madrugador Atrus, eso es bueno- dijo Kenneth para tomar frente a él mientras Cornac se sentó en un taburete de la barra.

-Anoche te perdiste una buena fiesta... y otras cosas pero ahora saldremos hacia los bosques, cierto trabajo nos llama- su voz estaba cargada con cierto tono irónico y, aunque estaba totalmente serio, parecía que hubiera dicho alguna broma.

Cornac empezó a beber una especie de infusión con un alcohol destilado en la barra y a comer diversos platos de todo tipo para el desayuno mientras que Kenneth hizo como Atrus, tomó algo de vino y un poco de pan aunque acompañado con algo de chacina.

Atrus mastico el último bocado de queso y se sacudió las migas frotándose las manos dando por zanjado el desayuno. Lo cierto es que las palabras del bárbaro le despertaron buen humor, aunque su corazón estaba atado a la ciudad, a sus desenfrenos y vicios, su instinto le impulsaba hacia los bosques y la naturaleza. Era un binomio difícil de llevar que solo se calmaba con paseos a los bosques y jornadas de cacería. Hacia tiempo que no vivía una de estas, y le motivaba.

- Habrán mas y mejores fiestas en el futuro – respondió Atrus – puedo tolerar perderme una. - Dijo mientras se levantaba de su asiento y desperezaba.

- Yo estoy preparado para trabajar – por no decir impaciente – y cuanto antes empecemos antes nuestros labios volverán a degustar una buena pinta de alcohol. – Zanjo.


Si por él fuera, ya habrian emprendido el camino.

Poco después de aquello los dos bárbaros, Kenneth y Cornac, habían terminado sus respectivos desayunos y estaban listos y preparados para comenzar el viaje. Dado que Atrus ya estaba listo comenzaron rápidamente a moverse para viajar.

Ninguno portaba grandes o pesados objetos en el viaje; tan solo lo que llevaban puesto, algún arma, las pocas monedas que tuvieran y algún macuto con los utensilios básicos e imprescindibles para la supervivencia en un viaje campestre.

Cinco minutos después de que tomaran el último bocado ya estaban caminando por las callejuelas de la Gran Villa ¿Su destino? Atrus no lo sabía pero veía, claramente, que se dirigían hacia el sur y en menos de veinte minutos ya estaban andando por los viejos caminos extendidos entre los campos de cultivo intensivo que rodeaban al gran asentamiento.

No había murallas en aquella parte de la ciudad y los barrios de la periferia se entremezclaban con algunos huertos hasta que, poco a poco, los edificios humanos iban desapareciendo hasta mostrar frente a los viajeros una extensa llanura plagada de tierras doradas por las espigas de trigo.

Nadie había dicho gran cosa hasta aquel momento del camino, la mañana aun estaba delante a ellos y el sol no había alcanzado su cenit, podría quedar el menos un par de horas para que este llegara.

-Vamos al sur a ver a unos amigos- dijo Kenneth, tranquilamente, cuando ya habían dejado muy atrás la ciudad- las cosechas pronto se recogerán pero ya están cobrando algunos impuestos.

Bien sabido era por todos que después de la cosecha la Orden de Aenor y los nobles del lugar, en este caso los gobernantes de la Gran Villa, recogían una parte de esta a modo de impuestos pero antes de que sucediera pasaban algunos recaudadores para cobrar algún que otro impuesto de tipo menor. Tales como el uso de algún puente durante el año, herramientas, molinos, etc.

-Pronto llegaremos a un bosque y dejaremos atrás estas tierras abiertas- apenas había ya lugares de cultivo que los rodearan, ahora lo único que había eran pastos para el ganado y algunas pequeñas arboledas que denotaban que, poco a poco, la naturaleza comenzaba a tomar el dominio del campo.

Cornac, como siempre, permanecía callado, como si le hubieran cortado la lengua y su rostro permanecía oculto tras una capucha verde de lana.

Atrus viajaba agil y ligero gracias a medirse en su ración matutina. Tan silencioso como Cornac, el bárbaro solo detenía su impaciente avance para observar el paisaje, y por paisaje entendía alguna hija de campesino o panadero de aquellas que solo podían encontrarse cultivándose en las tierras granjeras del sur de la ciudad. Se había unido en matrimonio con una de aquellas hacia unos años, pero sus vidas eran distintas y sus destinos opuestos y luego de treinta noches el matrimonio estaba disuelto (el bárbaro había salido a tomar una copa a la taberna local y jamás había vuelto al pequeño rancho que su suegro, el principal motivo del matrimonio, les había otorgado). La vida de granjero no era para el bárbaro. Mientras Atrus andaba por la zona que por unos días había sido su casa solo pudo esconder una sonrisa de sus compañeros ante los recuerdos de aquella absurda idea de hacerse domar y pasar el resto de su vida atendiendo una parcela y cultivando grano para las panaderías del Valle.

Aunque Atrus viajaba a pecho desnudo, llevaba una pequeña capa de viaje roída (su largo apenas alcanzaba a cubrirle las espaldas) y por prudencia decidió colocarse la capucha mientras andaba por aquellos caminos escondiendo su identidad cuanto fuera posible de algún vecino que le reconociera. Para protegerse del sol, seria la explicación lógica a la que tendrían que llegar sus compañeros que desconocían aquel ridículo, aunque no el más ridículo, pasado del Bárbaro.

Escucho las palabras del barbaro que solo sirvieron para impacientarle más. Apretó el paso tanto como pudo, cuidando de no separar distancias en el equipo.