Divagaciones
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Divagaciones
La tarde estaba cayendo y el astro rey exhibía un aspecto gris y poco merecedor de su nombre, mientras iba descendiendo en el cielo. Las calles se volvían aun más oscuras y siniestras, a medida que las sombras ampliaban poco a poco sus dominios. Una figura, solitaria, caminaba con pesadumbre por entre el laberinto de callejones, envuelto en una capa gris que le confería la apariencia de un fantasma.
El elfo, tras marcharse del campamento militar donde un capitán le había humillado en varios aspectos marciales, había pasado el resto de la tarde vagabundeando por Irien, rezando para no toparse con ningun grupo de enemigos. No tanto era la incapacidad física que sus heridas le producían, como el hecho de que se sentía el ser más desgraciado sobre la tierra; alguien a quien sus dioses le habían abandonado, lanzándole a lo más profundo del olvido. Y era por eso que, si en ese momento un niño le hubiese salido al encuentro, armado solo con una triste vara de madera, no le cabía duda que habría sido vencido de nuevo.
Salió del entramado de callejones, llegando a una calle mucho más ancha, al final de la cual se alzaba una orgullosa estructura. Acercóse el montaraz, y apenas observó de cerca el edificio constató que se trataba de un templo, aunque derruido y al parecer olvidado. Tosió, y las heridas del costado le produjeron una punzada de dolor. Abatido, se sentó en las escaleras de la entrada, sumido en sus fatalistas divagaciones...
El elfo, tras marcharse del campamento militar donde un capitán le había humillado en varios aspectos marciales, había pasado el resto de la tarde vagabundeando por Irien, rezando para no toparse con ningun grupo de enemigos. No tanto era la incapacidad física que sus heridas le producían, como el hecho de que se sentía el ser más desgraciado sobre la tierra; alguien a quien sus dioses le habían abandonado, lanzándole a lo más profundo del olvido. Y era por eso que, si en ese momento un niño le hubiese salido al encuentro, armado solo con una triste vara de madera, no le cabía duda que habría sido vencido de nuevo.
Salió del entramado de callejones, llegando a una calle mucho más ancha, al final de la cual se alzaba una orgullosa estructura. Acercóse el montaraz, y apenas observó de cerca el edificio constató que se trataba de un templo, aunque derruido y al parecer olvidado. Tosió, y las heridas del costado le produjeron una punzada de dolor. Abatido, se sentó en las escaleras de la entrada, sumido en sus fatalistas divagaciones...
Invitado- Invitado
Re: Divagaciones
Y enfrascado en sus funestos pensamientos estaba Kaelos, sentado sobre aquellos escalones cubiertos de mugre y sangre seca, cuando un graznido agudo y penetrante llegó hasta sus oídos. El chirriante sonido reverberó en la amplia plaza, repitiéndose un par de veces a causa del eco. El elfo se levantó, alzando la vista al cielo, pues sabía perfectamente quién había sido el emisor.
Un halcón de plateado plumaje, que brillaba con la luz del triste sol, descendió en picado para luego expandir sus alas y batirlas un par de veces con el fin de reducir la velocidad del vuelo, y acabar posándose grácilmente en el brazal diestro de su dueño. Kaelos acarició levemente la cabeza de Hayai, pues así se llamaba la rapaz, notando que parecía bastante inquieto. No hicieron falta palabras, pues como por un mágico hechizo desarrollado por los años de relación con todo tipo de criaturas de la madre Gaia, el montaraz supo en el acto lo que Hayai quería contarle.
En ese mismo momento salió corriendo, junto con los últimos rayos de sol de la tarde, mientras el halcón alzaba de nuevo el vuelo y guiaba a su amo a través de la intrincada red de callejones... Pues la propia rapaz ya sabía a dónde se dirigía Kaelos: a saldar su deuda.
Un halcón de plateado plumaje, que brillaba con la luz del triste sol, descendió en picado para luego expandir sus alas y batirlas un par de veces con el fin de reducir la velocidad del vuelo, y acabar posándose grácilmente en el brazal diestro de su dueño. Kaelos acarició levemente la cabeza de Hayai, pues así se llamaba la rapaz, notando que parecía bastante inquieto. No hicieron falta palabras, pues como por un mágico hechizo desarrollado por los años de relación con todo tipo de criaturas de la madre Gaia, el montaraz supo en el acto lo que Hayai quería contarle.
En ese mismo momento salió corriendo, junto con los últimos rayos de sol de la tarde, mientras el halcón alzaba de nuevo el vuelo y guiaba a su amo a través de la intrincada red de callejones... Pues la propia rapaz ya sabía a dónde se dirigía Kaelos: a saldar su deuda.
Invitado- Invitado
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