Despedida y punto final

Kenneth nunca mostraba emoción o alegría alguna en su día a día, salvo en las fiestas, y menos aun iba a mostrarlos durante el pequeño funeral que habían organizado él y sus amigos para incinerar el cuerpo del orgulloso gladiador.

Cornac, el gran bárbaro de la antigua tribu de Kenneth, había talado con su hacha un par de árboles para hacer una auténtica fogata y entre todos habían dispuesto una serie de objetos del difunto para que ardieran con él y pasarán así al otro mundo- en el que esperaban que pudiera seguir luchando con tanta fiereza como la que había mostrado en vida- pero hasta el propio Baltersen había dejado que lo enterraran con sus espadas (las cuales le pertenecían ahora por derecho).

Realmente, salvo el y Cornac, nadie había cogido especial aprecio por Atrus, ni el mismo lo había sabido hasta que pusieron su cabeza sobre el tocón de madera, pero había que vivir la vida y el momento y, tomando ejemplo del difunto, seguirían disfrutando de la vida.

Tras echar sobre su cuerpo inerte todo un cuerno de cerveza, depositaron la antorcha sobre la leña que rodeaba su cuerpo y así, lentamente, todo ardió en mitad de la oscuridad de la noche.

El aire azotaba su rostro suavemente y, sin decir palabra alguna, comenzaron a abrir mas odres con cerveza para festejar la marcha de su compañero en mitad del sonido de las palmas, las gaitas, los juegos y del alcohol.

Rápidamente la mirada y la expresión del rostro del bárbaro cambio ya que se dejo llevar por la música, el baile y la cerveza...

Pasaron las horas hasta que finalmente amaneció en el Bosque Antiguo, el funeral por la muerte del gladiador Atrus había terminado con un montón de bárbaros y barbaras bebiendo, bailando y, por supuesto, copulando en honor al fallecido. Había sido una buena despedida y se había derramado mucha cerveza e hidromiel sobre las cenizas del difunto pero ahora llegaba el momento solemne de darle el punto y final a la velada, con el amanecer de un nuevo día.

Con la ayuda de Cornac, Kenneth recogió los restos del gladiador y los depositó en el interior de una urna de cerámica sin incisiones y sin decoración, tampoco había dinero por lo que tomaron la primera que encontraron, y tras cerrarla y cavar un hoyo pusieron esos restos en el fondo.

Tras depositar, junto a la urna, sus espadas y, aquellas pertenencias que nadie quería y que no se habían quemado en las llamas, comenzaron a tapar el agujero. Estaba en mitad del bosque, en plena naturaleza, y en la tierra de los antiguos y de los dioses, era un lugar adecuado para un pagano pero echaban el falta a un druida que diera su bendición a aquel enterramiento pero a falta de uno bien valdría la buena voluntad de los presentes.

Una gaita, tocada por Brayen, le daba toda la solemnidad y emotividad a un funeral organizado por unos bandidos, bárbaros y salvajes por alguien a quien apenas habían conocido y a quien la mayoría no echaría de menos salvo, posiblemente, el propio Kenneth y Cornac.