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La Llave de los Tiempos

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La Llave de los Tiempos Empty La Llave de los Tiempos

Mensaje por Teyron Lun Mayo 21, 2012 9:42 am

Bueno, si alguno se aburre en exceso, quisiera dejar aquí el prólogo y el primer capítulo del libro que empecé a escribir hace un tiempo. Actualmente tiene un prólogo y tres capítulos, si os gusta o mostráis interés por leer más voy subiendo los otros dos capítulos, que es cuando la historia se pone interesante (En cuanto a acción). El relato es una obra épica en la que las razas, los mundos, los personajes y las criaturas son invención mía. Espero que os guste.

Prólogo: Un viaje inesperado

¿Donde acaba la realidad y empieza lo irreal? ¿Donde terminan los límites que nuestra imaginación puede concebir y comienza la más inhóspita fantasía?

Todo lo que le rodeaba se había vuelto una absurda y cruel fantasía. Si el joven miraba al cielo, en el lugar en el que deberían habitar las nubes se discernían ahora enormes cúmulos de llamas que sobre un infinito lienzo carmesí se mostraban estáticas. Algo imposible teniendo en cuenta cualquier norma física humana considerando que un viento atroz, semejante al de una tormenta, azotaba todo el lugar provocando invisibles ciclones. Estos torbellinos en su epicentro transportaban un fuerte olor a azufre, sin duda extraído de aquellas antorchas en libertad que se alzaban sobre el cielo.

A su alrededor sólo había un páramo desolado y árido; aunque lo que le rodeaba parecía una ciudad, estaba completamente deshabitada y en ruinas; incluso había cientos de esqueletos humanos regados por el suelo. Las paredes de aquella enorme y amurallada metrópolis medieval tomaban un color ocre fulgurante al tener como única iluminación aquellas nubes flamígeras que se alzaban sobre su testa. En el centro de aquella derruida urbe, justo frente a él, se hallaba un inmenso castillo de arquitectura gótica que a diferencia de la gigantesca ciudad que lo envolvía se mostraba intacto, sin ningún desperfecto aparente.

El inmenso portón estaba abierto de par en par, aunque desde el exterior, el interior de aquella enorme estructura sólo parecía opaco y lóbrego, no se podía vislumbrar lo más mínimo más allá de las jambas de la puerta. De pronto, una tenue luz ardiente comenzó a emerger del pasillo fantasmal que se extendía tras cruzar el umbral; sin embargo, la silueta que emergió de aquella siniestra oscuridad no era un humano, de hecho no sabía como se podía catalogar a una existencia así.

Aunque la silueta del ser estaba perfectamente definida con la forma y estatura normal de un humano, la materia de la que estaba formado era invisible y de translucidez viscosa, como si estuviera compuesto de mercurio y este ardiera en un fulgor infernal. En lo que podría definirse como el rostro de aquella criatura se mantenían inmóviles dos pequeñas cuentas de luz dorada que a cualquiera se le antojarían similares a ojos, por su posición y tamaño.

– ¿Qué eres tú...? – Escuchó como un eco en su cabeza el muchacho. El ser le hablaba directamente a la mente como si dispusiera de algún tipo de telepatía. Realmente el idioma en el que hablaba parecía rudimentario y era totalmente desconocido para él; pero por alguna extraña razón entendía con total eficacia cada palabra que la criatura pronunciaba.

El joven, de cabello azabache y desaliñado, ojos grises y la apariencia de un muchacho de dieciocho años aproximadamente; se mostraba aterrorizado ante aquel cúmulo de absurda hecatombe con forma de mundo que se extendía frente a él. Por un momento pensó que estaba dormido y aquello sólo era una pesadilla fantasmagórica con la que su molesta imaginación le estaba torturando. Pero por más que intentara despertar su mente le mantenía preso en aquella ilusión.

– ¿Cuál es tu nombre, insecto? – Volvió a resonar aquella voz con un tono atronador en su cabeza.

– Lion... Gallaher... – Respondió el muchacho asustado.

– Lion... – Prosiguió la voz metálica en su mente. Durante unos segundos se mantuvo en silencio para luego posar la atención de aquellos orbes fulgurantes sobre cierto objeto que el muchacho llevaba envainado en su cinto. En el lateral izquierdo de su cintura, usando el cinturón como vaina, tenía sujeta una daga con una esfera color ámbar incrustada en la guarda, que por alguna razón resplandecía con un halo dorado– Ese Raktas... Así que eres un Ídgaran.

De pronto, las llamas que envolvían aquel cuerpo mercurial se prendieron más furiosamente, como si el ser se hubiera enfurecido al percatarse de que era una de esas cosas, cuyo nombre no alcanzaba a reconocer.

– ¿Un qué? – Preguntó el muchacho aterrorizado, reculando sobre el terreno varios pasos al presentir que aquella criatura diabólica iba a saltar encima de él de un momento a otro.


– ¿Qué demonios hace un humano aquí? – Una nueva voz se escuchó en el lugar. Esta no provenía de su mente como la de aquella criatura antropomórfica, sino que venía directamente de la espalda del muchacho. Este, girando sobre sus talones se dio media vuelta para contemplar el origen de aquella voz; sobre las arcillosas y desgatadas tejas de uno de los cientos de edificios abandonados y derruidos que constituían aquella ciudad fantasma se hallaban cinco siluetas, cada uno tenía una altura y corpulencia distinta, pero todos llevaban su cuerpo cubierto con una túnica negra y las testas con capuchas de igual color.

– Mira, Aldrick, ¿No es ese el antiguo Raktas del maestro? – Enunció otra voz, distinta de la primera y con un tono claramente femenino. El muchacho no adivinaba la apariencia de ninguno de ellos, de hecho con esas túnicas y capuchas negras le parecía estar en presencia de cinco parcas juntas; lo cual no es que lo tranquilizara demasiado.

– Te he dicho mil veces que no me llames por mi nombre humano, Kirya. Y si... Ese es el Raktas del maestro... ¿Por qué demonios lo tiene ese crío? – Con tanto hablar del tal Raktas de las narices el atemorizado Lion se percató de qué hablaban y llevó su atención hacia la daga que brillaba en su cinto, suponiendo que se refirieran a eso. Aunque realmente con todo aquel cúmulo de fantasía demencial que le rodeaba se encontraba en tal estado de shock que las palabras no le salían de la garganta para poder pedir una explicación.

– Si tiene el Raktas del maestro debe ser por alguna razón importante, aunque el maestro haya muerto es mejor que protejamos a este humano, por su cara de ensimismamiento parece no tener ni idea de donde está. – Enunció un tercer individuo, al cual reconoció, era la misma voz que le hizo darse la vuelta al hacer su aparición en el lugar aquellos enigmáticos encapuchados.

Sin embargo, aquella tertulia tan amena y despreocupada fue interrumpida por un rugido metálico y chirriante que con una potencia sonora tal como para propagarse por toda la ciudad golpeó con fuerza los oídos de los cinco encapuchados y del joven Lion, llevándose los seis individuos las manos a los oídos con un fuerte dolor de cabeza.

– ¡¿Qué hacen los Ídgaran en mi territorio?! ¡Vais a morir bastardos! – Aquella criatura del pandemónium parecía estar más iracunda que nunca. Y ante semejante alarido y la presión en el aire que despertaba aquel instinto asesino tan atroz, el muchacho no pudo sino recular asustado y caer con las posaderas en el suelo, con los ojos abiertos como platos y esperando que fuera sueño o realidad acabara pronto, aunque fuera con su muerte.

Uno de aquellos encapuchados saltó con una inmensa velocidad del edificio, era el más pequeño o pequeña, quién sabe, con esas túnicas tan anchas era difícil diferenciar entre sexos. La velocidad que alcanzó sin duda no era humana; y tampoco lo era la percepción visual del propio encapuchado que a su alrededor veía el mundo lento y viscoso, a causa de la enorme diferencia entre la velocidad del propio tiempo y la suya.

Tal aceleración causó que la capucha se replegara hacia atrás y su rostro quedara al descubierto. Se trataba de una mujer, de unos veinte años aproximadamente, su cabello era de un color blanco como la nieve, cayendo liso hasta sus hombros. Pero sin duda el detalle más extraño era el color de su piel ¡Era gris! Cuando por fin el muchacho creía haber encontrado humanos como él en aquella metrópolis infernal resultaba que seguían apareciendo más bichos raros.

– ¡Dejádmelo a mi, puedo yo sola! – Exclamó la joven mientras se encontraba en el aire, y parecía extraer de debajo de la túnica dos circunferencias de acero. Eran dos Chakrams, un arma arrojadiza que a decir verdad Lion nunca había visto en persona. La muchacha de oscura piel grisácea los lanzó cuando aun se encontraba en el aire y estos se clavaron en aquella criatura demoníaca, atravesando la viscosa capa de piel mercurial pero deteniéndose en seco de pronto.

– ¡Deja de actuar a lo loco, Kirya! ¡Tú no puedes quebrar los huesos de esa bestia! – Exclamó el primero de sus compañeros, el primero que habló cuando aparecieron. Así que eran los huesos de esa bestia los que habían parado el impacto de los Chakrams tan fácilmente, pensó Lion. Acto seguido el individuo que había gritado saltó tras de ella con una lanza larga en la mano y se interpuso entre la que se hacía llamar Kirya y aquella criatura, clavando la lanza en el suelo y comenzando esta de pronto a aumentar su longitud y su grosor hasta formar un gigantesco cilindro de metal que a continuación sirvió como muro para detener una andanada de fuego lanzada por la criatura directamente hacia la muchacha. Al parecer estaban acostumbrados a luchar contra seres como esos, pues había incluso adivinado lo que haría esa criatura para contraatacar la ofensiva de los chakrams.

Aquellos individuos no eran humanos. El chico que saltó para ayudar a su compañera también había perdido la capucha que cubría su rostro y mostró como la primera que su piel era de un color grisáceo oscuro, pero a diferencia de la muchacha, sus cabellos conformaban una melena de tonos platinados que caía directamente sobre su espalda hasta prácticamente el final de esta.

– Sólo uno de nosotros puede cortar los huesos de un Gryand y matarlo... ¡Shana! – Al parecer aquel monstruo era tan aterrador como Lion lo había imaginado, ya que sólo uno de esos extraños seres podía hacerle frente. Al muchacho le intrigó cuando escuchó el nombre de una mujer, ya que al hablar sobre quebrar huesos imaginaba a un hombre fortachón. Cuando viró su mirada hacia donde estaban los tres encapuchados restantes uno de ellos se adelantó dando pequeños pasos y realizando pequeños estiramientos con el cuello y los brazos, que al estar envueltos por aquella ancha túnica resultaban un tanto graciosos.

– Ya voy, ya voy... – Una voz femenina emergió de entre las fauces de oscuridad que ocultaban el rostro de la fémina bajo aquella capucha, al parecer eran al menos dos mujeres en el grupo. Pero lo más sorprendente sin duda fue cuando observó como esta introducía las manos en el interior de la túnica y comenzaba a extraer dos espadas de gran tamaño, dos Zweihander, espadas que cualquier humano normal debería empuñar a dos manos y que sin embargo la nueva fémina empuñaba con sólo una y con una facilidad tan pasmosa como el que empuña una daga.

La mujer saltó del tejado y comenzó a correr en dirección a la criatura. En ese instante el que le había dado la orden de atacar encogió aquel gigantesco cilindro en la lanza que originalmente era y dejó paso libre para la guerrera que se hacía llamar Shana, la cual con una embestida digna de un toro ensartó a la criatura con una doble estocada, colocando ambas espadas en paralelo, justo sobre el pecho de la criatura, escuchándose un crujido metálico cuando estas atravesaron la piel mercurial y luego dibujando una cruz con ambas puntas, terminando de rebanar el metálico esqueleto de aquella bestia como si tan solo fuera mantequilla. A continuación el demonio de mercurio y fuego lanzó un inmenso y colérico rugido para luego consumirse en sus propias llamas y desaparecer sin quedar ni rastro de su existencia. Cuando aquello acabó, la mujer, impasible, serena o quizás soberbia, tan solo envainó nuevamente las dos grandes espadas dentro de aquella túnica. La capucha, como las de sus compañeros, se había volado con el viento durante la embestida, y ahora una larga melena roja como la sangre se podía admirar con todo detalle, su pelo era más largo que el de la otra chica, Kirya, así como también era más alta y sus facciones eran más maduras y elegantes que las de su compañera que sin embargo tenía unos rasgos faciales más aniñados.

– La próxima vez que me des algo parecido a una orden acabarás como el Gryand, Syfrith – Enunció Shana dirigiendo su rostro hacia el hombre de la lanza con una mirada intimidante. Sin duda no era solo aquella fuerza abismal lo único que imponía de aquella guerrera de enormes espadas, sino también su espíritu guerrero, tan grande que incluso se podía palpar en el aire el hálito de su bravura.

– Lo siento, lo siento, no era mi intención molestarte – La respondió con una mirada de vergüenza y leve pavor el hombre de la lanza. El tal Syfrith era bastante más alto que la guerrera y su masa muscular parecía estar bastante más entrenada, sin embargo por alguna razón incluso un hombretón como él le temía a esa mujer; y cierto era que viendo lo que acababa de presenciar Lion no era difícil temerla.

Los dos individuos que seguían sobre el tejado del derruido edificio habían bajado mientras tanto y con apacible caminar llegaban ahora a encontrarse con sus compañeros.

– Con esa actitud nunca me vas a atraer como amante, Shana – Musitó uno de los dos nuevos individuos, con una carcajada bastante socarrona y burlesca. A continuación se retiró la capucha como sus otros tres compañeros y su rostro y cabellos quedaron al descubierto para Lion. Este cuarto individuo tenía los cabellos del color del oro que junto con su oscura piel grisácea y sus ojos esmeralda causaban un contraste de colores bastante extraño a la vista. Mucho más llamativo que el de sus camaradas. Sin embargo sus facciones eran bastante bellas para un hombre, era bastante apuesto, según el concepto de atractivo viril que tenía Lion.

– Algún día terminaré matándote, Vladriel – Enunció amenazante aquella brava mujer mientras hacía el amago de querer extraer de nuevo las dos Zweihander de la túnica y seguir despedazando a sus enemigos, o a sus aliados, en este caso. Sin embargo el de larga cabellera plateada, el que se hacía llamar Syfrith le puso la mano en la muñeca y le hizo un leve gesto con la testa como negativa a su imponente sangre fría.

De pronto un grito de cólera o temor, no sabría describirse muy bien, emergió entre aquel coro de guerreros de piel grisácea, era Lion que ahora ya no sabía si había perdido del todo la cordura pero no aguantaba más el sentirse un espectador de aquella escena ilógica.

– ¡¿Quién demonios sois?! ¡¿Qué es este lugar?! ¡¿Cómo he llegado aquí?! – Exclamó Lion enormemente irritado por ver como aquellos individuos después de salvarle la vida ignoraban su existencia y se ponían a parlotear alegremente entre ellos sin darle la más mínima importancia a él, el verdadero forastero en aquella tierra o mundo o lo que diantres fuera el lugar en el que se encontraba. El quinto de los encapuchados, que había permanecido hasta el momento en silencio y aun ocultaba su rostro con la capucha, parecía juguetear de forma maquiavélica con los dedos de su mano derecha, agitándolos como si quisiera ahogar el cuello de Lion si lo llegaran a rodear. Este quinto encapuchado no parecía un sujeto muy sociable, y la actitud de Lion parecía haberle irritado en demasía, pero pareció controlarse ante la mirada que le dirigió el tal Syfrith y relajó sus articulaciones. Al menos por esta vez.

– Demasiadas preguntas en muy poco tiempo, chico. Pero las iré respondiendo como pueda. Nosotros somos Ídgaran, una raza de guardianes. – Enunció el tal Syfrith.

– ¿Guard...? – Lion iba a hacer otra pregunta pero entonces vio como los dedos del quinto encapuchado comenzaban a agitarse de nuevo como si quisieran ahogarle a distancia. Al parecer a ese irritable y silencioso ser no parecía gustarle que el muchacho intentara hacer otra pregunta antes de que le hubieran respondido a las que ya había hecho. Por lo cual optó por callarse antes de que finalmente decidiera intercambiar el aire por su cuello como tanto ansiaban aquellas falanges de psicópata.

– Siendo un humano, el nombre de este lugar no te concierne, sólo has de saber que es un lugar alternativo a tu mundo. – Prosiguió con su explicación Syfrith – Y el como has llegado aquí siendo un simple humano no lo sé, pero sospecho que la razón debe ser eso.

El joven de argénteos cabellos señaló entonces a la daga que portaba envainada en su cintura, usando el cinturón como agarre para que esta no resbalara hacia el suelo. La esfera de color ámbar que se encontraba engarzada en su guarda antes emitía un fulgurante resplandor continuo, sin embargo ahora simplemente parpadeaba, detalle que le extrañó a Lion, pero antes de poder preguntar por ello Syfrith pareció leerle la mente y le respondió.

– Creo que es hora de que nos despidamos, sólo eres un humano, no sabes mantener la concentración lo suficiente para que tu Raktas te mantenga una cantidad de tiempo ilimitado en un mundo ajeno. En unos segundos volverás a tu mundo. – Comentó con una amable sonrisa. De todos aquellos misteriosos e incluso siniestros encapuchados Syfrith parecía el único amable y que no se mostraba intimidante. Incluso parecía como si fuera el portavoz del resto.

Como pronosticó el Ídgaran de cabellos plateados, el cuerpo de Lion comenzó a envolverse de un resplandor dorado para luego fraccionarse y dividirse como simples luciérnagas de luz que con apacible vuelo se desvanecieron en el aire dejando solos en aquel mundo fantasmal a los cinco individuos de grisácea piel.

***


De pronto los ojos de Lion se abrieron, con bastante pesadumbre cabría añadir. Sus párpados parecían estar pegados y sus mejillas enrojecidas, como si sus ojos hubieran lagrimeado por el terror que había sufrido en aquella pesadilla o viaje o lo que diantres fuera lo que acababa de ocurrir.

Poco a poco se incorporó lentamente. Estaba echado sobre su cama, lo cual lo dejó aun más confuso ¿Había sido todo un sueño o aquello había sido real? Lo que si tenía claro es que algo era real, la daga, aquel objeto al que esos individuos llamaban Raktas estaba justo a su lado, depositada sobre el lecho, a escasos centímetros de él. Al parecer se había quedado dormido agarrándola en su mano, por lo cual no había forma de saber si todo lo vivido era un sueño o realmente mientras estaba dormido activó algún extraño poder en la daga.

Capítulo 1: El despertar


Al despertar, todo seguía siendo confuso. Lion se incorporó en la cama, sentándose a la orilla del colchón y dirigió su mirada de ojos argénteos a través de los marcos de la ventana hacia el exterior. Al ponerse en pie y dirigirse a esta para abrirla vio pasar a un par de guardias provenientes del castillo del rey. Era difícil pasar desapercibidos con las corazas de hierro y las cotas de malla que llevaban recubriendo su torso. En la zona central del pecho, sobre la coraza, llevaban impreso con tinta roja el símbolo del rey de Oszerith, un dragón dibujado como si fuera visto desde una perspectiva lateral. En su cinto, cada uno, llevaba una cimitarra, el arma por la que era conocida la caballería real del reino.

Tras abrir la ventana, un viento céfiro probablemente proveniente del norte golpeó el torso desnudo del joven que, al notar como se le erizaban los vellos de la piel acudió a una silla cercana al lecho y tomó de ella un jubón de color rojo oscuro que tenía meticulosamente doblado sobre su respaldo, vistiendo la parte superior de su cuerpo con él. Ya que los pantalones los llevaba mientras dormía.

Cuando salió de su habitación, que más que una habitación por su tamaño parecía un cubil, observó que la casa estaba desierta, su padre habría salido a algún encargo, ya que por cuestiones de su empleo como techador estaba más tiempo fuera de la casa que dentro. Su hermana pequeña, sin embargo, había abandonado la casa a tempranas horas, cuando el alba aun sólo roza el horizonte para asistir a la academia. La academia de Egriond le traía a la mente cierta nostalgia y melancolía de su infancia y adolescencia, no por los estudios de conocimiento general, aquello normalmente era intragable, pero si por las amistades que allí había hecho. Ahora ya apenas mantenía contacto con algunas de esas personas con las que en el pasado era como uña y carne. Pero qué se le va a hacer, se dijo, la madurez y el convertirse en un adulto supone ese tipo de cosas.

Después de tomar un poco de leche fresca que su padre había comprado y dejado sobre la mesa de la cocina antes de marcharse se puso unas rebanadas de pan con queso y desayunó observando desde la ventana de la cocina el ajetreo de la ciudad. Pese a ser una familia pobre, su padre trabajaba bastante duro y tras tantos años de dedicación a su humilde oficio había conseguido el capital suficiente para poder permitirse una pequeña casita en el segundo nivel de la ciudad. Egriond, su ciudad natal, y la capital del reino de Oszerith, estaba compuesta por tres niveles que se dividían como circunferencias formadas por círculos concéntricos, cada uno en el interior del otro. Cada circunferentecia estaba separada de la otra por una muralla. El primer nivel, la circunferencia más cercana a los límites de la ciudad era en el que vivía la gente más pobre, mientras que el segundo nivel, la segunda circunferencia dentro de la primera era el hogar de altos mercaderes, comerciantes, y gente adinerada en general. En el tercer nivel, la circunferencia central de la ciudad es donde se encontraba el palacio del rey de Oszerith, las mansiones de los nobles y de los más leales caballeros del rey.

Desde la ventana de la cocina se podía observar el mercado de aquella urbe medieval y como a estruendosos gritos los mercaderes atraían a nuevos clientes para enseñarles, y a menudo timarlos, con los productos de baja calidad que vendían a precios poco razonables, demostrando una fé ciega de cara al cliente sobre las sensacionales cualidades de estos.

Lion trabajaba como aprendiz de herrero para una vieja herrería del segundo nivel. Desde el primer día que asistió como novato a la herrería, el maestro herrero se había fijado en él por el brillo de sus ojos cuando oía hablar de espadas y cuando observaba el acero templado de las mejores armas de la herrería; como si fuera un niño maravillado ante las mayores proezas de la naturaleza. Ese día sin embargo era su día libre, y sin ningún hobby ni afición aparte de la herrería le esperaba sin duda un día bastante aburrido.

Después de desayunar regresó a su habitación y recogió de la mesa aquella misteriosa daga que portaba en lo que todavía creía que fue una pesadilla. Blandiéndola con la diestra la meció con leves movimientos de muñeca absorto en el propio reflejo de su rostro sobre el plano de la hoja. Ahora que se paraba a pensar, no tenía recuerdos sobre como la había conseguido ni desde cuando la tenía. Parecía como si tuviera una especie de amnesia enfocada sólo al conocimiento sobre esa daga, lo cual considerando la pesadilla nocturna le encogía el estómago de pavor.

No sabía por qué, pero notaba como si el tacto, el hecho de blandir la daga en su mano le relajara y le hiciera sentir cómodo. Lo notaba tan natural como el sostener un martillo cuando iba a la forja. Como un acto reflejo la envainó en su cinto tal y como la llevaba en su pesadilla y salió de la casa para dar un paseo.

Mientras caminaba por la ciudad, con las manos introducidas en el interior de los bolsillos de su ancho pantalón, observaba aburrido los productos que los mercaderes anunciaban con unos gritos tan apoteósicos que era imposible que no atrajeran a la gente circundante y los convirtieran en embelesada clientela. Sin embargo el sopor de su paseo fue interrumpido cuando sin querer chocó con el hombro de otro hombre y alzó la testa para disculparse, pensaba disculparse y seguir con su camino pero algo le llamó la atención, el rostro de aquel individuo era idéntico al de uno de los individuos de su pesadilla, al último que se quitó la capucha y descubrió sus facciones de piel grisácea, su caballera dorada y sus ojos de color esmeralda. No obstante, el individuo tenía ahora el cabello corto y de color cobrizo, la piel caucásica y los ojos de un color azul cielo. Pero sí, lo que tenía claro es que el rostro de aquel individuo era idéntico al del hombre que había visto en su sueño, aunque los colores de su cabello, ojos y piel fueran más humanos.

Aun así, no podía montar un espectáculo si estaba equivocado por lo que tras unos segundos anonadado pareció espabilar, se disculpó con el hombre y siguió su camino como si no hubiera pasado nada.

A su espalda, ya bastante alejado de Lion, el extraño susurró unas palabras como si hablara telepáticamente con alguien más.

– Lo he encontrado. – Fueron las únicas palabras, que en un tono muy bajo, emergieron de los labios del extraño. Poco después se perdió en la multitud sin dejar ni un solo rastro.

***

Minutos después, en un callejón cercano al bazar del Primer Nivel de Egriond, el joven de cabello cobrizo se había reunido con otros dos individuos. El primero de estos individuos dejaba claro por sus facciones que era Syfrith, aquel sujeto que le dio algunas explicaciones a Lion en aquel mundo contaminado por la debacle. Aunque su apariencia era distinta, su cabello ahora se mostraba corto y desaliñado como el de su compañero, su piel tenía un ligero color atezado y sus ojos eran de color esmeralda. Ahora sí que tenía la apariencia y el color epidérmico de un humano, tal y como su compañero. Por lo que se daba a entender, estos seres podían modificar su apariencia, tomando un aspecto más humano para caminar sin llamar la atención por el reino de los hombres.

– Syfrith, al parecer ese chico vive en el Segundo Nivel. – Comentó aquel que se hacía llamar Vladriel. O al menos ese era su nombre como Ídgaran.

– Estamos en el reino de los hombres, Aldrick, usa mi nombre humano mientras estemos aquí. – Le interrumpió el joven de dorados cabellos, que por su actitud, más que el portavoz del grupo, como había deducido Lion de él cuando lo conoció en aquel mundo infernal, parecía ser el líder del grupo.

– Lo siento, Zack, ya sabes que se me olvida, no me gusta demasiado el lenguaje de los humanos. – Se disculpó el muchacho de cabello cobrizo. Sin embargo la tercera acompañante interrumpió como siempre su aburrido diálogo con su atropellante actitud.

– ¿En vez de enrollaros a hablar de tonterías por qué no vamos a por el chico ya? – Esta última, por sus facciones se podía intuir que era la joven alocada que saltó en primer lugar contra aquel demonio de mercurio y fuego a una velocidad sobrehumana. Aunque ahora su cabello, aunque caía sobre sus hombros y cuello, como en aquella forma de Ídgaran, eran de color dorado, como los de Zack. No era el único detalle que tenían semejante, pues su piel era igual de morena y sus ojos también eran de color esmeralda. Seguramente compartían esos rasgos humanos para en alguna ocasión hacerse pasar por hermanos, si la situación lo precisaba.

– Helen, deja de actuar siempre de esa manera, en Infernia podrías haber muerto por un descuido tan tonto como el de atacar a ese Gryand simplemente con tu fuerza. – Espetó Zack cruzándose de brazos y dirigiéndole una mirada de ofuscación, al tener que estar cuidando constantemente de ella.

– Vale, perdona, pero es que ya sabes que no puedo estarme mucho rato quieta, esto es aburrido ¿Y si aparecen los Valkyora y se nos adelantan? – Refunfuñó Helen, de nuevo haciendo hincapié en aquella actitud infantil e impaciente.

– Esos cerdos, los Valkyora, han estado bastante tiempo sin mover ni un músculo, a saber que estarán planeando, bueno está claro que no será, pero si no se han movido en meses no creo que lo hagan justamente hoy. – Comentó con cierto desdén Aldrick, mientras jugueteaba con una moneda de plata entre sus dedos.

– Los Valkyora no suelen frecuentar este mundo, ya lo sabéis, así que no hay razón para preocuparnos. – Prosiguió Zack apoyando la espalda sobre la pared del callejón mientras seguía de brazos cruzados.

– Si ese chico tiene el Raktas del Maestro es porque es especial, y si es especial, hay que reclutarlo rápido. Los Valkyora no son idiotas, toda oportunidad que tengan de obtener un poder mayor con el que poder eliminarnos la aprovecharán. – Volvió a rezongar la joven muchacha colocando los brazos en jarra.

– Zack, hazme el favor, vamos ya a por ese crío, sólo para que se calle Helen – Murmuró encogiéndose de hombros Aldrick mientras esbozaba una sonrisa burlesca y observaba como la joven refunfuñaba e hinchaba sus mofletes molesta.

– Vale vale, dices que lo viste en el Segundo Nivel, ¿No? Dirijámonos allí. Pero ya sabéis, en ningún momento mostréis vuestra apariencia de Ídgaran. – Volvió a ordenar Zack. A continuación este, demostrando una agilidad inhóspita en un humano, saltó hasta alcanzar el tejado del edificio contiguo al callejón. Siguiéndoles al instante con saltos tan ágiles y precisos como el suyo Aldrick y Helen. Pese a la forma humana que ahora ostentaban no parecía que sus cualidades físicas hubieran menguado en absoluto. Con ágiles saltos los tres sujetos fueron recorriendo la ciudad, de tejado en tejado, dirigiéndose raudos al centro de la ciudad.

***

Había sido un día aburrido para Lion, su única distracción durante la mañana fue el observar el trabajo de otros maestros herreros para perfeccionar el suyo. Tampoco tenía mucho dinero, así que aunque le diera diez vueltas a toda la ciudad no podía permitirse el lujo de gastarse las pocas monedas de cobre que tenía en los bolsillos comprando utensilios que no le fueran estrictamente necesarios.

Caminando por las calles del Segundo Nivel podía observar la ciudad con una belleza singular, bañada por el destello anaranjado del ocaso. Ya empezaban a recoger los mercaderes sus tenderetes y a despachar las fruterías y panaderías a sus últimos clientes antes de cerrar.

No obstante, algo inesperado ocurrió de pronto e interrumpió aquel calmado sopor en el que se encontraba absorto. Un fulgor dorado volvió a iluminar la gema engarzada sobre el pomo de la daga, y todo el mundo que Lion observaba a su alrededor se desvaneció. En tan solo un instante había sido sustituido por una estancia cuyo suelo, paredes y techo eran de un metal tan liso y pulido como una losa de mármol. En el centro de la sala, había una mesa forjada en acero con tal pulidez como las paredes o el suelo; rodeada por seis sillas de aquel metal tan perfecto y brillante, y con adornos de filigrana dorada.

Por las aberturas que comunicaban la sala con el exterior se podía apreciar un cielo bañado de estrellas; sin embargo hace un instante este aún se mostraba crepuscular. ¿Acaso había cambiado nuevamente de mundo como en su pesadilla? Pero ahora sí estaba despierto y tenía clara constancia de ello. Eso por fin despejaba las dudas del joven. Para su desgracia, aquel lugar al que había asistido durante la noche no era un sueño, el poder de esa daga parecía ser real, pero ¿Qué demonios iba a hacer ahora? Mirara hacia donde mirara sólo encontraba una estancia similar a la de un gran castillo medieval pero forjada en acero e iluminada por el resplandor níveo de una luna menguante. Si a esto se le sumaba el hecho de que el lugar estaba desierto y no tenía ni idea de como volver a su mundo, todo se volvía mucho más aterrador.

– No tengas miedo, ni estás solo ni estás en peligro. – Resonó una voz con un eco metálico sobre las paredes y el techo de la habitación, rompiendo el silencio espectral del lugar.
Teyron
Teyron

Fecha de nacimiento : 17/09/1989
Fecha de inscripción : 16/05/2012

Localización : En las mejores tabernas

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Títulos : Juglar
Renombre : Desconocido.

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