La calma que precede a la tempestad.

Manfred no era un soldado muy experimentado en el arte de la guerra, realmente no era un auténtico soldado pues solo había participado en un par de batallas, y no precisamente en la vanguardia. Ahora, en cambio, había sido destinado al frente mas peligroso y mortal. Estaba en un lugar al que pocos deseaban ir y muchos menos lograban volver, estaba en Irien.

Irien era un ruinoso lugar, la capital de un imperio que ya había sido olvidado y enterrado, y el lugar en disputa entre la luz y la oscuridad. El que poseyera Irien poseería el mundo pues estaba justo en el centro de este. Era pues el lugar en el que se forjaban los héroes y donde los cobardes pasaban al olvido.

Había llegado junto al último contingente de ayuda, hacía pocas semanas se había tomado el centro de la ciudad y el rey quería asegurar esa plaza. Pero lo que nadie sabía era que los oscuros ya estaban planeando un nuevo ataue a aquel lugar, esto pillo desprevenido a Manfred que nada mas llegar fue enviado a trabajar en las empalizada recien construidas de la plaza. Para asegurarlas y preservarlas pues eran bastante improvisadas.

Por el lugar paseaba el comandante en jefe del campamento (PNJ), Frederik, un curtido veterano de la guerra que había ascendido desde la base de la escala jerarquica para llegar hasta donde estaba ahora mismo, en la cúspide, pero prefiriendo siempre lugar en el fragor de la batalla junto al resto de los soldados.


La marca de los años comenzaba a pesar sobre su rostro y sobre su pelo, castaño pero con alguna que otra cana, aunque ello en vez de darle debilidad parece haberle dado una sabiduría y una fuerza que solo con la veteranía se puede lograr. Este soldado y comandante se paseaba por todo el lugar, dando ordenes y animando a las tropas pues el enemigo se acercaba. Venían desde el norte y en unas horas chocarían contra el campamento.